Perico habló. O mejor dicho, se negó a hablar con quienes ya no representan nada. El 11 de mayo no fue una fiesta democrática, fue un funeral silencioso. El acto electoral dejó más cadáveres políticos que vencedores genuinos. En ese cementerio simbólico, los apellidos Ficoseco y Cardozo fueron enterrados sin honores populares, con apenas flores marchitas de un poder que ya no convence a nadie.
La matemática no miente, aunque los discursos quieran maquillarla. Ficoseco (hijo) logró colar una banca con apenas 4.300 votos, lo que representa un exiguo 10% del padrón electoral, o apenas el 7% de la población total. Cardozo, el eterno reciclado de la política periqueña, retuvo su banca con 2.300 votos, es decir, el 5% del padrón, o un ínfimo 3% de la población. ¿Alguien puede, sin ruborizarse, hablar de representación popular con estos números? ¿Qué legitimidad tiene una banca que no emana del pueblo sino del artificio electoral?
La Libertad Avanza, pese a su fuerte caída desde los 20.000 votos presidenciales, irrumpió como la única fuerza con posibilidad de reinventarse. Con 5.500 votos, logró dos bancas en el Concejo Deliberante, capturando el 12% del electorado. No es una mayoría, pero sí la porción más significativa de un electorado agotado, hastiado y desencantado. Son hoy los únicos con volumen político para proyectar una alternativa. El resto, apenas residuos del sistema.
La mayoría del pueblo, sin embargo, simplemente se fue del acto. Más de 17.000 personas no fueron a votar. Miles más optaron por el voto en blanco. Y 15.000 eligieron listas que no consiguieron ingresar al Concejo, lo que desnuda un sistema perverso, con un piso antidemocrático que impide el acceso de nuevas voces. Perico no eligió a sus concejales: fue forzado a soportarlos.
El oficialismo —apoyado en la ingeniería de las colectoras— apenas logró reunir 8.000 votos en la categoría de diputados provinciales, pero esos votos no son de Ficoseco. Son votos que buscan opciones. Son restos de una estructura que agoniza entre la herencia del poder y la falta de futuro. La estrategia de las colectoras, el camuflaje electoral, los apellidos reciclados, no pudieron esconder lo evidente: Perico le dio la espalda al poder.
Ficoseco hijo no es Pascual Padre, quien también se incendió. Y Cardozo ya no es nadie. Son sombras en un teatro que ya no tiene público. Podrán simular poder en los pasillos del Concejo, pero no podrán caminar tranquilos por los barrios sin que el desdén popular les pese en los hombros.
La gran paradoja es que quienes se reparten las bancas, no representan a la mayoría, sino a fragmentos mínimos de un electorado que no confía en nadie. Y eso no es democracia: es una simulación perversa que aleja al pueblo del poder.
Mientras tanto, los “soldados de Milei” toman posiciones. Pueden gustar más o menos, pero entienden el lenguaje del malestar. Son parte de la ola presidencial y eso los convierte en una amenaza real para el statu quo municipal. Si el oficialismo no reinventa su narrativa, sus propuestas y su dirigencia, está condenado a perecer sin siquiera dar pelea.
El mensaje es claro: en Perico, el 11 de mayo no ganó nadie. Pero sí murieron muchos. Murieron las estructuras vetustas, los nombres que ya no dicen nada, los que creen que una banca es un trono y no una responsabilidad.
Y en política, cuando un ciclo muere y sus protagonistas no lo entienden, lo que sigue no es el olvido: es la rebelión.