Catorce por ciento. Ese es el tamaño real del poder del oficialismo jujeño después de la paliza electoral. No es un voto de adhesión: es voto de estructura, inercia de cargos y contratos. Con ese piso, gobernar Jujuy hasta 2027 no es administrar: es gestionar un final de ciclo.
Desde 2015, el proyecto que fundó y conduce Gerardo Morales dominó la escena. Hoy, con Carlos Sadir en la firma y Morales en el timón político, el dispositivo muestra su límite: la sociedad dio la espalda. Y la pregunta es dura: ¿se puede gobernar contra la sociología de tu provincia? La respuesta empresaria es no. En mercados políticos, cuando la demanda rechaza el producto, o se pivotea drásticamente o se liquida.
Por qué 14% no alcanza (y por qué se achica)
- Legitimidad erosionada: si sumamos oposiciones (LLA + peronismo en sus variantes + izquierda), el oficialismo queda encapsulado. Sin relato de futuro ni resultados tangibles, la lealtad residual se evapora elección tras elección.
- Nación ya no necesita a Jujuy: tras el envión violeta, Milei no depende de los diputados jujeños, y menos del gobernador. La vieja palanca de negociación se rompió.
- Caja y deuda en dólares: el frente fiscal es frágil. Con pasivos en moneda dura y tasas implícitas crecientes, cualquier shock cambiario se traslada a tarifas, proveedores y salarios. Hablar de “nuevo endeudamiento” con el 14% es antieconómico: el mercado te penaliza.
- Obras sin ROI social: anuncios apurados sin trazabilidad ni métricas de impacto son gasto hundido. El votante aprendió a distinguir maqueta de resultado.
- Empresas públicas y sociedades del Estado: tableros rojos, baja gobernanza y costos políticos altos. Sin gobierno corporativo y cronograma de desinversión, son un ancla.
- Gabinete agotado: cambios cosméticos no corrigen fallas de diseño. Rotar nombres sin diseño de política pública es marketing de crisis.
- Capilaridad opositora creciente: desde diciembre, concejos y Legislatura sumarán bancadas libertarias; el peronismo, si ordena unidad competitiva, recupera músculo territorial. El oficialismo queda flanqueado en todos los niveles.
¿Reinvención o administración del ocaso?
- “Cambio de gabinete” es lo mínimo, no lo estratégico. Sin plan y contrato de gestión trimestral, es rotación de sillas en un barco que ya escora.
- Endeudarse afuera para “mostrar obra” sería hipotecar ingresos futuros con descuento reputacional. Con 14% de adhesión, los mercados te leen riesgo político alto y multiplican el costo del dinero.
- ¿Se puede revertir? Solo con shock de transparencia y resultados:
- Presupuesto base cero y recorte de todo lo que no tenga retorno social en 12–18 meses.
- Datos abiertos semanales (compras, deuda, caja, ejecución de obra).
- Gobierno corporativo (directores idóneos, metas, auditorías externas) en todas las estatales; venta/cierre donde no haya viabilidad.
- Pacto municipal de supervivencia: bajar tasas distorsivas al empleo, priorizar servicios esenciales, coordinar compras y logística.
- Tablero social de emergencia: nutrición, primera infancia y empleo joven con tutores y KPI públicos.
Los números que pesan más que los discursos
- Menos de 1 de cada 10 jujeños apoya activamente al gobierno si se mira la población total (>800.000). Esa es la métrica que guía a cualquier inversor: escala política insuficiente para sostener reformas impopulares.
- La deuda provincial en dólares y la caída de ingresos reales obligan a reperfilar prioridades; cualquier intento de “puente financiero” sin plan creíble será leído como huida hacia adelante.
- La mochila nacional: el oficialismo local perdió su paraguas en Buenos Aires. Ya no hay “mesa chica” que negocie blindaje. Y Milei no intercambia favores: intercambia votos y reformas. Jujuy hoy no ofrece ninguno.
Manual de salida digna
Si el objetivo es llegar a 2027 sin colapsar y preservar activos públicos y capital humano, el camino es uno: verdad, prioridades, métricas. Decir lo que hay, ordenar el gasto, medir y publicar. Y devolver poder: incorporar oposición en comisiones de control y abrir licitaciones y auditorías. El resto —maquillaje, grandilocuencia, deuda fácil— es ruido para la tribuna.
Catorce por ciento no es una anécdota. Es un veredicto. Y también una oportunidad para administrar el final con adultez, en vez de estrellarse negando la realidad.
