Este lunes 16 de junio, Argentina se detiene para recordar un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad del general Martín Miguel de Güemes (17 de junio), héroe salteño de la independencia, caudillo de los valles y centinela de la libertad americana. Pero más allá del feriado oficial, más allá de las guardias mínimas o las postales escolares, deberíamos preguntarnos con honestidad: ¿qué aprendimos realmente de Güemes? ¿Qué hacemos con su legado, hoy, en pleno siglo XXI?
Güemes fue más que un general montonero. Fue un símbolo federal, un hombre del interior profundo que no pidió permiso para protagonizar la historia. Desde su Salta natal resistió sin pausa las invasiones realistas, organizando con pocos recursos y mucha audacia las guerrillas gauchas que contuvieron a los españoles durante más de cinco años. Gracias a su tenaz defensa del norte, San Martín pudo cruzar los Andes y Bolívar consolidar la libertad continental. Pero ese esfuerzo no fue gratuito: Güemes murió joven, herido por la espalda, perseguido por los intereses porteños, víctima de la mezquindad de un centralismo que ya asomaba como la enfermedad crónica de nuestra Argentina.
Hoy, dos siglos después, ese mismo centralismo persiste y duele. El federalismo sigue siendo apenas un párrafo en los discursos oficiales. El norte argentino —Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca, Santiago— aporta mano de obra, minerales, energía, agroindustria y cultura, pero recibe migajas en la coparticipación, abandono en la infraestructura y olvido en la toma de decisiones. El sacrificio histórico del norte jamás tuvo reparación. Como ayer, seguimos siendo la trinchera silenciosa de una patria que solo recuerda al interior cuando necesita votos o litio.
En esta fecha, se nos impone más que una evocación: una interpelación. ¿Cómo puede ser que aún existan escuelas sin agua, rutas intransitables o jóvenes sin futuro en las mismas tierras que dieron patriotas como Güemes, Juana Azurduy o Manuel Eduardo Arias? ¿Hasta cuándo soportaremos que el Norte sea una “región de sacrificio”, cuando tiene todo para ser motor de desarrollo?
Güemes no fue un caudillo folklórico. Fue un estratega visionario, un líder popular, un gestor de la defensa territorial y de la justicia social en tiempos fundacionales. Promovió la participación del pueblo en la guerra, defendió la tierra de los campesinos y resistió las órdenes centralistas que lo querían subordinado. Fue el primer gobernador electo por el pueblo en nuestra historia. Su figura no merece ser reducida a una estatua con poncho rojo. Su mensaje sigue vigente: la Argentina se salva con el interior adentro, no excluido.
Si el feriado sirve de algo, que no sea solo para descansar. Que sea un llamado profundo a los gobiernos —nacionales y provinciales— para que dejen de postergar al norte. La deuda con Salta, con Jujuy, con los valles y las yungas, es tan real como inaceptable. No es sólo una deuda de fondos, es una deuda moral. Porque las provincias del norte sostuvieron la independencia, la producción y la identidad nacional, y merecen ser parte plena del futuro.
A 204 años de su gesta, el país le debe a Güemes algo más que una efeméride: le debe el cumplimiento del federalismo real. Quizás ese sea el mejor homenaje que podamos construir: una Argentina con igualdad de oportunidades para todos sus hijos, no importa si nacieron en Palermo o en Perico, en Recoleta o en Rosario de la Frontera.
¡Viva Güemes, carajo! Viva el norte que resiste. Viva el federalismo por construir.