El ajedrez que el peronismo olvidó jugar

El ajedrez que el peronismo olvidó jugar

Este miércoles será un parteaguas. No por la condena —que ya es símbolo—, sino por lo que vendrá después. Porque a partir de mañana, Argentina entra en una fase abierta de confrontación política, social y cultural, donde la calle, la palabra, la inteligencia y la templanza van a valer más que nunca. La pregunta, entonces, no es sólo qué hará el pueblo —que saldrá—, sino qué hará el peronismo.

El riesgo de confundirse de tablero

La política argentina es brutalmente emocional. Pero en tiempos de crisis, la emoción sin estrategia se vuelve torpeza. Y ese es hoy el gran dilema del peronismo: ¿podrá romper su frontera? ¿Se animará a reconocer al otro, al que no aplaude pero también sufre? El peronismo debe decidir si quiere seguir lamiéndose las heridas o empezar a disputar el futuro con cabeza fría y vocación amplia. Debe aprender, de una vez, a jugar al ajedrez.

Los que dominan hoy el tablero —el poder económico, la casta judicial, y un gobierno que solo se sostiene con represión— sí juegan al ajedrez. Tienen peones, torres, alfiles y hasta reinas prestadas. Pero el peronismo se ha dejado arrinconar, creyendo que la épica del pasado puede suplantar la estrategia del presente. Olvidaron que para mover una pieza mañana, hay que pensar hoy.

Cristina como símbolo y como espejo

El caso Cristina Fernández de Kirchner se volvió el catalizador de todas las contradicciones argentinas. Su figura, que algunos daban por clausurada, emergió con más centralidad que nunca. La querían derrotada y terminó reforzada. La querían sola y terminó convocando multitudes. Pero el desafío no es que ella recupere poder. El verdadero reto es que su persecución sirva para reconstruir algo que trascienda incluso su figura.

Cristina, a pesar de la prisión domiciliaria, bailó. Y ese gesto —mínimo, simbólico, indomable— desató la ira de quienes no toleran la alegría en la resistencia. Es que la derecha no puede soportar la dignidad de los que no se arrodillan. Pero la dignidad no basta: hay que acompañarla con inteligencia política. De nada sirve tener razón si no se gana la partida.

¿Puede el peronismo hablarle a quienes no lo votaron?

Durante décadas, el peronismo fue mayoría. Hoy no lo es. Y si quiere volver a serlo, debe hablarle a los que están afuera de su círculo de fe, a los desilusionados, a los abstencionistas, a los que ya no creen ni esperan. Porque las elecciones no se ganan sólo con convicción, se ganan con ampliación. Con empatía. Con madurez. No espantando, no señalando, no encerrándose.

Eso implica reconocer al otro, incluso dentro del propio movimiento. No se trata de repetir el “dedazo”, sino de permitir que emerja algo nuevo. La foto de la unidad no alcanza: lo que se necesita es una práctica real de unidad, una que pueda sostenerse después de las marchas, en el barro de la gestión, en el armado electoral, en el discurso público.

Lo que se juega es todo

No es solo una movilización. No es sólo Cristina. Lo que se juega es el futuro del Estado de derecho, de las universidades, de las jubilaciones, de las becas, de la soberanía tecnológica, de los hospitales, de las libertades públicas. Lo que se juega es si Argentina será una democracia o una caricatura de república, gobernada por decretos y blindada con gendarmes.

Milei ha demostrado que su idea de libertad termina donde empieza la resistencia. Por eso, dictó un decreto para habilitar requisas arbitrarias en el transporte un día antes de la gran marcha. Porque le teme a la calle, no porque sea peligrosa, sino porque es legítima. Y si algo perdió el gobierno en estos meses, fue justamente la legitimidad.

¿Jugarán los dirigentes o solo los pueblos?

El pueblo, mañana, va a jugar su partida. Va a poner el cuerpo, la voz, el canto, y la memoria. Pero la pregunta crucial es si el peronismo como fuerza política está dispuesto a jugar también. Si va a sacar lecciones de este momento, o si se contentará con ser oposición testimonial.

Mañana, la calle hablará con claridad. Pero el futuro no se decide en un solo día. Se construye en los meses que siguen. Y ahí es donde el peronismo deberá elegir: o sigue encerrado en su rebaño, o construye mayoría. O se emociona, o se organiza. Porque las guerras las pierde, pero los ajedreces aún puede ganarlos.

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