«Decretan austeridad, pagan obediencia: el libertarismo compra silencio con billetes del Estado»

«Decretan austeridad, pagan obediencia: el libertarismo compra silencio con billetes del Estado»

En la boca, el gobierno libertario declama la libertad de prensa y el fin de la pauta oficial. En los hechos, administra el aparato comunicacional más cínico y obsceno de las últimas décadas. La narrativa de «cero pauta» es una estafa moral: el Decreto 89/2023 prometía la eliminación de la publicidad oficial, pero solo corrió el velo para que el dinero fluya por la puerta trasera. Hoy, YPF y Aerolíneas Argentinas —ambas bajo control estatal— distribuyen millones de pesos en publicidad a medios afines, domesticando redacciones y generando obediencia editorial a fuerza de sobre cerrado.

Según el portal La Política Online, YPF gastó en publicidad más que en cualquier año desde su expropiación en 2012. Una cifra que revela cómo la libertad de mercado es usada como escudo ideológico, mientras el Estado financia una narrativa única: la del odio, la estigmatización y el circo antipolítica. A través de las empresas públicas, La Libertad Avanza no eliminó la pauta: la privatizó para sí misma.

La consecuencia es doble: una prensa convertida en mercancía, y un ecosistema mediático donde la crítica es marginal y la sumisión se premia. Hoy, los grandes medios oficiales no son oficiales por decreto, sino por transferencia bancaria. El libertarismo construye su hegemonía mediática como el viejo peronismo: con dinero estatal y editorialistas alquilados, también lo hizo el PRO. Pero con un nivel de hipocresía tal que se golpean el pecho por «no pautar» mientras engordan redacciones enteras con recursos públicos bajo otro membrete.

Así, el periodismo argentino ha tocado fondo: prostituido, sin pudor, más desprestigiado que el Congreso, con encuestas que lo ubican como uno de los actores más repudiados por la sociedad. La ciudadanía percibe —y con razón— que los grandes medios ya no informan, sino militan por encargo, callando donde hay que gritar y amplificando mentiras donde debería haber verificación. Hoy, los voceros del oficialismo posan de emprendedores, pero viven de contratos públicos. Se visten de anticasta, pero comen del mismo plato.

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La gravedad de esta operación va más allá del engaño presupuestario: se intenta controlar la conciencia ciudadana mediante un dispositivo mediático aceitado, pagado por todos. Se intenta uniformar el pensamiento, silenciar disidencias y demonizar adversarios usando herramientas del Estado. ¿No era eso lo que prometían destruir?

La pregunta se impone: ¿hasta cuándo el gobierno podrá sostener la farsa? ¿Cuánto más podrá LLA presentarse como azote de la casta, mientras actúa como su heredera más obscena? El gasto multimillonario de YPF en publicidad es solo un ejemplo; el uso de Aerolíneas como canal propagandístico es otro. Y cada tuit viralizado, cada editorial servil, cada zócalo repleto de falacias tiene precio. Uno que pagamos todos.

El libertarismo deberá responder, y no con slogans, sino con cuentas claras. Porque gobernar no es solo ajustar al pueblo: es también explicar a quién se enriquece en el camino.

En la era del click pago con plata estatal, el relato se convirtió en mercancía y la prensa en mercancía vencida.

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