Por Perico Noticias – Europa se quema en silencio. La imagen del analista señalando, casi desesperado, un titular de El Economista que dice sin ambages que «hoy eres más pobre que hace 17 años» no es una exageración: es una sentencia demoledora. El sistema ha colapsado, y la democracia representativa, tal como fue diseñada, es hoy una trampa funcional a los intereses de una casta político-financiera global que gestiona la miseria con cinismo institucionalizado.
La llamada “progresividad en frío” del IRPF, es decir, no actualizar los tramos del impuesto a la renta conforme a la inflación, no es un descuido técnico: es un robo legalizado. El resultado: la clase trabajadora y media, aún recibiendo aumentos nominales, ve cómo se esfuma su poder adquisitivo mientras el Estado recauda más sin mover un dedo. Y todo esto sucede bajo gobiernos que se autoproclaman defensores del bienestar social.
El nuevo feudalismo fiscal
En nombre de la eficiencia, de la seguridad y de la gobernabilidad, los gobiernos europeos han aceptado que el ciudadano sea exprimido sin anestesia. La paradoja es repugnante: somos más pobres, pagamos más y recibimos menos. La economía real se derrumba bajo el peso de un aparato tributario ciego a la inflación y obediente al dogma neoliberal. Y mientras tanto, la OTAN —bajo el mandato político de Estados Unidos— exige un gasto militar del 5 % del PIB, lo que pone directamente en peligro los pilares del Estado de bienestar europeo.
Mark Rutte, nuevo secretario general de la OTAN, envía un mensaje privado a Donald Trump felicitándolo por sus ataques en Irán y prometiendo que “Europa va a pagar a lo grande”. Esa expresión no es una metáfora diplomática, es un aviso de guerra económica contra los pueblos europeos. Trump, con su habitual brutalidad, acusa a España y a otros países de ser “insolidarios” por no destinar más dinero a armas. ¿Y quién lo pagará? No será la elite ni los bancos: será el pueblo.
La democracia como decorado
Este escenario revela una verdad incómoda: la democracia ha sido vaciada de contenido. Ya no decide el pueblo, decide la deuda, decide el Fondo Monetario, decide la OTAN. Los parlamentos votan presupuestos armamentistas mientras los hospitales colapsan. Los ministros de economía sonríen al anunciar superávits fiscales mientras millones de familias no pueden pagar una vivienda ni llenar la heladera. ¿Cómo puede sostenerse este modelo sin volverse autoritario? Solo con represión, manipulación mediática y un sistema electoral diseñado para garantizar la alternancia, pero nunca el cambio.
La gran mentira: crecimiento sin bienestar
Que un trabajador europeo promedio tenga hoy menos capacidad de compra que hace 17 años, como lo revela El Economista, debería ser una alarma nuclear en el corazón de Bruselas. Pero no lo es. Porque el sistema no mide el bienestar, mide la recaudación. No importa si no podés ahorrar, no importa si no podés jubilarte: mientras pagues impuestos y consumas algo, seguís siendo una unidad válida en el gran simulacro democrático.
La desigualdad es estructural. La riqueza se concentra en un 1 % blindado por paraísos fiscales y exenciones, mientras que la mayoría ve cómo se diluye su salario con cada golpe inflacionario que no es compensado, sino castigado. Lo llaman “crecimiento”, pero es crecimiento para los mercados, no para la gente. En nombre de la estabilidad financiera, se destruyen derechos. En nombre de la seguridad internacional, se siembran guerras. Y todo con la complicidad de democracias que han perdido su alma.
El linchamiento de la clase media
No es solo pobreza. Es una erosión sistemática del tejido social y cultural que sostenía las promesas del contrato democrático: movilidad social, igualdad de oportunidades, protección frente a los abusos. Lo que hoy vivimos en Europa —y por extensión en América Latina y otras regiones colonizadas por este modelo— es la institucionalización de la desesperanza.
Mientras los líderes juegan al ajedrez geopolítico y a la cumbre del poder, la gente sobrevive en supermercados, renegociando alquileres, eligiendo entre comida y medicamentos. Y esto no es una crisis: es un programa. Es la forma actual del capitalismo de guerra, camuflado bajo los rituales democráticos de una Europa que ya no representa a sus pueblos, sino a sus élites y a sus socios estratégicos en Washington y Wall Street.
El imperio del empobrecimiento
Somos más pobres que antes. Y no es accidental. Es el resultado directo de una arquitectura de poder que garantiza privilegios y castiga la disidencia, que invierte en misiles pero no en salud, que premia la especulación y castiga el trabajo.
La pregunta que se impone es brutal pero necesaria: ¿de qué sirve votar si el modelo ya está escrito? ¿Cómo defender un sistema donde elegir no es decidir?
Anticipamos una ola de rupturas, nuevas resistencias y —quizás— un estallido global contra esta farsa sostenida por el miedo y la propaganda. La imagen de la pobreza crónica en Europa no es el final del camino: es el inicio de la reacción.