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Diego Giacomini, ex socio intelectual del presidente, lanza una advertencia demoledora: el ajuste real no está en el Estado, sino en la pérdida masiva de empleos privados y el cierre de empresas. El rebote del «gato muerto» no alcanza para ocultar una crisis estructural.
El ajuste no está en el Estado, está en la calle. Así lo denuncia sin rodeos el economista Diego Giacomini, ex aliado de Javier Milei y actual crítico feroz de su política económica. Lejos del relato oficialista que festeja el supuesto fin de la inflación y la recuperación de indicadores, Giacomini apunta donde más duele: el deterioro del empleo formal en el sector privado supera con creces el recorte en el sector público.
En números, más de 210.000 empleos registrados se destruyeron desde el inicio del gobierno libertario. Solo en construcción, transporte y la industria se perdieron 160.000 puestos formales, una cifra que supera holgadamente los despidos estatales. Pero la sangría no termina ahí: 13.862 empresas dejaron de contratar trabajadores en blanco, según datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo. ¿Cómo explicar esto en medio de lo que el gobierno llama un “rebote”? Fácil: es el rebote del gato muerto.
Giacomini lo explica con crudeza y precisión: el equipo económico de Milei parte de una falacia fundacional —creer que bajar la inflación por sí sola pone en marcha la economía—, y para lograr ese objetivo se recurre a una herramienta frágil: el atraso cambiario como ancla antiinflacionaria. El problema, subraya, es que el dólar barato es insostenible en el mediano plazo, porque el Estado argentino —principal demandante de divisas— tiene vencimientos de deuda en dólares que no puede pagar sin acceso al crédito internacional.
La economía, entonces, transita un equilibrio ficticio. El tipo de cambio actual está sostenido artificialmente por CEPO para importadores, ventas de futuros por parte del Banco Central y reservas prestadas. “Es todo trampa”, diría Giacomini, porque en realidad no hay dólares propios, y cuando los prestados se agoten, todo el castillo de naipes caerá.
Una economía que destruye empleo, no que lo genera
Mientras el presidente festeja cifras positivas en el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE), Giacomini desmonta la trampa: la base estadística del EMAE es de 2004, con precios relativos que no reflejan la economía real tras 15.000 puntos de inflación. Es decir, el crecimiento está sobreestimado.
Peor aún: ese rebote no genera empleo ni mejora salarios reales. La caída de la industria y la construcción —dos motores tradicionales de generación de empleo formal— confirma que la recuperación económica es, en realidad, una segmentación de privilegios. ¿Cómo? Quienes hoy consumen más, lo hacen gracias al consumo de stocks acumulados: ahorros personales o bienes dolarizados. Pero eso no se traduce en mejoras estructurales, sino en una quema de recursos futuros para sostener el presente.
“Quemar ahorros para simular crecimiento es pan para hoy y hambre para mañana”, advierte Giacomini, señalando que esta estrategia hipoteca el consumo y la inversión futura. Mientras tanto, el consumo popular cae: los sectores de menores ingresos no solo no se benefician del rebote, sino que siguen ajustando su canasta básica y postergando gastos esenciales.
Riesgo país por las nubes, imagen por los suelos
A este panorama sombrío se suma otro dato preocupante: la calificación financiera internacional de Argentina sigue por el suelo. Morgan Stanley mantuvo la categoría más baja posible, comparando nuestra economía con países como Zimbabue, Palestina o Ucrania. El mensaje es claro: Argentina no ofrece condiciones de liquidez, previsibilidad ni seguridad para atraer capitales. La ilusión de ser “mercado emergente” quedó sepultada hasta, al menos, 2027.
Giacomini no tiene dudas: el gobierno libertario traicionó los postulados de la escuela austríaca que alguna vez lo inspiraron. Milei se ufana de un rebote superficial mientras el aparato productivo se apaga, el empleo formal se destruye y la inversión huye. El riesgo país no baja porque los mercados no le creen a un país que no produce, no genera empleo y no puede pagar su deuda.
Una recesión disfrazada de orden
Lo que se presenta como orden macroeconómico es, en realidad, una recesión de alta intensidad maquillada por relatos de éxito. Pero los números reales —desempleo, caída de empresas, pobreza, pérdida de poder adquisitivo— son más elocuentes que cualquier spot de campaña.
Giacomini lo sintetiza con brutalidad académica: el gobierno festeja un rebote sin fundamentos, a costa de una economía cada vez más débil, segmentada y desigual. El empleo formal no se destruye porque sí: se destruye porque el modelo Milei no cree en el desarrollo productivo, sino en la represión de precios, el ajuste eterno y el consumo segmentado de los que aún pueden sobrevivir.