“Modernización o demolición: el INTA no se toca”

“Modernización o demolición: el INTA no se toca”


Una advertencia urgente desde el corazón productivo de la Nación

Argentina enfrenta un momento crítico, donde el concepto de «modernización» es usado como cortina de humo para imponer un proyecto autoritario de demolición institucional. El caso del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) es paradigmático. Bajo el pretexto de eficientizar, el gobierno de Javier Milei pretende borrar de un plumazo 110 años de historia técnica, científica y federal que sustentaron el desarrollo agropecuario nacional. No se trata de modernizar, se trata de concentrar, imponer y subordinar el conocimiento a un poder central que desprecia la territorialidad, la equidad y el federalismo.


El modelo Milei: eficiencia sin democracia, reformas sin debate

Como lo expresó con lucidez el Dr. Ariel Pereda, Director Nacional del INTA, el decreto presidencial no elimina formalmente al INTA, pero lo vacía de sentido: elimina agencias territoriales, silencia las voces locales, paraliza redes de innovación y borra espacios de participación federal. Es una “transformación forzada, autoritaria y extremadamente injusta”.

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Este ataque al INTA se enmascara bajo el lenguaje de una supuesta modernización, cuando en realidad busca disciplinar, recortar y privatizar. Porque lo que molesta no es la eficiencia, sino la autonomía. Lo que incomoda no es el gasto, sino que haya una estructura estatal que no responde a los dictados del mercado, sino a las necesidades del territorio. Así, lo que se promueve no es una reforma sino una regresión. No es mejora, es saqueo.


Un modelo que borra el territorio: desde Ushuaia a La Quiaca

El nuevo esquema propuesto elimina más de 300 agencias de extensión rural, cancela el vínculo directo con productores, municipios, organizaciones locales y gobiernos provinciales. Deja al INTA centralizado en Buenos Aires, como si el país terminara en la General Paz. El resto —la inmensa mayoría del territorio argentino— queda marginado de políticas públicas, sin desarrollo ni planificación.

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En la práctica, esto equivale a desmantelar el modelo federal, participativo y democrático que distinguió al INTA en el mundo. No es casual que las investigaciones del instituto hayan sido referencia en seguridad alimentaria, cambio climático, biotecnología, manejo de suelos, ganadería regenerativa, agroecología y decenas de áreas que la Argentina necesita para sobrevivir y desarrollarse en este siglo.

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¿Quién gana con el debilitamiento del INTA?

Este no es un ajuste técnico: es una decisión ideológica. Es la revancha de un proyecto que desprecia el conocimiento científico si no es funcional a los negocios. En nombre del “gasto”, se abandona a los pequeños productores, se limita la generación de conocimiento soberano, y se abre paso a un modelo agroexportador concentrado, extractivista, sin raíces en la tierra ni en la gente. Un modelo donde los territorios son zonas de sacrificio, no sujetos de derecho.

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El INTA, al igual que el CONICET o las universidades públicas, es un actor esencial para un desarrollo nacional con justicia territorial. Su ataque es parte de una estrategia más amplia: destruir todo lo que suponga inteligencia colectiva, ciencia aplicada al bien común o autonomía política del saber técnico.


Democracia también es decidir desde el campo, no sólo desde el mercado

Frente a esto, la población debe decir basta. No es sólo un conflicto entre tecnócratas: es un debate sobre qué país queremos. ¿Un país con inteligencia territorial o una Argentina subordinada a la lógica extractivista? ¿Una nación que piensa desde sus campos y montañas o un mercado que decide desde los escritorios del poder financiero?

Apoyar al INTA es defender la democracia real: la que se construye en las cooperativas, en los experimentos agroecológicos, en los laboratorios rurales, en los convenios con universidades públicas. Es defender la voz de quienes saben que el conocimiento no puede ser mercancía, ni la producción un privilegio de pocos.


La ciudadanía debe organizarse, las provincias alzar la voz y los productores unirse en defensa propia

Esto no se trata de corporativismo. Se trata de justicia. El INTA representa el conocimiento que se queda en el campo, que escucha a sus actores, que apuesta por la diversidad productiva. Y ese modelo está siendo amenazado.

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Que nadie se engañe: cuando se desfinancia al INTA, se silencian nuestras raíces. Cuando se clausura una agencia, se debilita la soberanía. Y cuando se impone sin diálogo, se gobierna desde el desprecio. Es momento de apoyar con firmeza a quienes, como el Dr. Ariel Pereda y todo el cuerpo técnico del INTA, no se callan y defienden lo que es de todos.

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Porque modernizar no es arrasar. Y gobernar no puede ser imponer.
El INTA no se toca. Se defiende, se fortalece, se celebra. Y se planta con dignidad frente a quienes confunden la motosierra con el progreso.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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