Mientras Occidente observa con ansiedad cómo el tablero global cambia de forma acelerada, Vladimir Putin, con tono calculado y firme, acaba de anunciar un nuevo movimiento geoestratégico desde la cumbre de los BRICS que no solo apunta a la economía o la política, sino que se mete de lleno en el terreno más simbólico: el deporte y la cultura como elementos de soberanía.
En su extenso y estructurado discurso, Putin confirmó que Moscú será sede en septiembre de un evento sin precedentes: el Concurso Internacional de Televisión de Canción Popular “Intervisión”, una alternativa geocultural al festival europeo Eurovision, dominado por la agenda occidental. Pero este anuncio es apenas la punta del iceberg: Rusia impulsa también una plataforma permanente de cooperación deportiva entre los países BRICS.
Este bloque -integrado por Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y recientemente ampliado con países como Irán, Egipto y Etiopía- no solo representa el 40% del PBI global medido por paridad de poder adquisitivo, sino también un reservorio gigantesco de potencial atlético, narrativas culturales y valores colectivos. Putin lo sabe, y avanza.
«Es hora de que nuestras naciones tengan su propio centro de competencias deportivas, un sistema de valores que no esté subordinado a presiones externas ni a narrativas hegemónicas», dijo Putin, en clara alusión al cerco político que ha sufrido Rusia en instancias como los Juegos Olímpicos o las sanciones de federaciones internacionales.
El nuevo paradigma deportivo multipolar
Este enfoque no es inocente. Desde hace años, el Kremlin trabaja en un plan de soberanía deportiva y cultural, con fuerte inversión en infraestructura, formación de talentos, y ahora, en diplomacia atlética. La idea: evitar que el deporte sea utilizado como arma geopolítica en manos de bloques alineados con Washington o Bruselas.
En este marco, el BRICS Sport Forum, previsto para desarrollarse en 2026, será una cumbre decisiva. Allí se debatirá la creación de juegos deportivos propios, campeonatos federados entre los países miembros, e incluso un sistema arbitral y regulatorio paralelo. China ya ha ofrecido su infraestructura olímpica como base logística, mientras India plantea integrar deportes tradicionales y Rusia asume el liderazgo en disciplinas como gimnasia, artes marciales y deportes de invierno.
Una red de soberanía cultural y deportiva
La creación de esta plataforma multilateral para la cooperación deportiva también incluiría un canal audiovisual propio -similar a ESPN o Eurosport-, y se exploran alianzas con televisoras estatales y plataformas digitales de los países miembros para narrar sus propias hazañas y promover valores comunes: familia, comunidad, tradición, dignidad y soberanía.
Este nuevo relato no se construye solamente contra el modelo actual, sino como una propuesta alternativa que fusiona desarrollo, identidad e innovación. El deporte, en este contexto, no es solo un juego: es una forma de resistencia y de construcción de legitimidad global.
Putin desafía el cerco y proyecta el poder blando
Desde los vetos en FIFA hasta los castigos en los Juegos Olímpicos, Rusia ha aprendido a tejer alianzas alternativas, sin pedir permiso. Esta estrategia de «soft power» en clave BRICS no solo devuelve protagonismo a Moscú, sino que convoca a todo el sur global a dejar de ser espectador.
Mientras el modelo occidental se tambalea en lo político y lo económico, Putin y los BRICS construyen una alternativa que va más allá de los discursos: quieren ganar también en el corazón de las personas, en las pantallas, en las canchas y en los estadios.
Epílogo: el deporte como símbolo de emancipación
El siglo XXI será multipolar, pero también multidisciplinario. Putin lo entendió: no basta con monedas, tratados o alianzas militares. Hay que disputar el alma simbólica de los pueblos. Y si los BRICS avanzan con este plan, en pocos años podríamos ver cómo las medallas, los himnos y las pantallas también dejan de hablar un solo idioma.
Porque la independencia, en el siglo XXI, también se juega y se canta.