La política argentina no está ciega. Está encandilada. Y esa es una diferencia crucial: ver no es comprender. Porque mientras Javier Milei devora el escenario con su motosierra de símbolos, sus oponentes —y sus potenciales herederos— se debaten en una danza de sombras, atrapados en un espejo donde el mileísmo ya ganó la batalla del relato. La última señal de esta confusión estructural: la reunión secreta entre Victoria Villarruel y Miguel Ángel Pichetto para construir una “alternativa” a Milei.
¿Alternativa? ¿Desde dónde? ¿Con qué otro sistema simbólico? ¿Bajo qué nuevo contrato social? El problema no es de nombres. Es de luz. La oscuridad dialéctica que atraviesa al peronismo y a buena parte del sistema político es la incapacidad de generar un horizonte narrativo que no sea el espejo invertido del libertarismo. Milei no sólo gobierna: ha fijado los términos del juego. Y ha logrado que incluso quienes desean competirle, lo hagan desde adentro de su dispositivo simbólico.
Porque Villarruel–Pichetto, en esta escena, no representan un desvío del mileísmo sino una posible segunda vuelta de lo mismo: un mileísmo civilizado, peronizado, “gobernable”. Un mileísmo sin explosiones ni furia tuitera, pero con el mismo fondo: Estado mínimo, orden punitivo, miedo social y una racionalidad económica blindada contra la sensibilidad popular. No hay salida por ahí. Solo hay continuidad.
Del otro lado, el peronismo sigue atrapado en su laberinto fundacional. Sin una cabeza renovadora, sin una gramática contemporánea, sin juventud y sin poética. Cree que el desafío es “ganarle a Milei”, cuando en verdad lo urgente es construir un nuevo orden simbólico. No alcanza con proponer más Estado si no se dice para qué. No basta con criticar el ajuste si no se ofrece un mapa hacia el bienestar. Y mientras tanto, la izquierda resiste con moral, pero sin estructura electoral capaz de perforar la polarización.
¿Quién entonces podrá quebrar el nuevo orden simbólico?
¿Puede el peronismo reaparecer como un “nuevo sujeto histórico” si no se somete primero a una revisión profunda de su lenguaje, de sus prácticas, de sus liderazgos? ¿Puede una figura popular surgir de abajo, entre las ruinas de la crisis, que no sea parte de la vieja casta pero que entienda que la justicia social sigue siendo la única posibilidad de redención para millones? ¿O acaso el 2027 será una segunda temporada de lo mismo, con una fórmula Villarruel–Pichetto gobernando la administración de lo imposible?
Hoy no hay oposición real, porque no hay relato alternativo. Y ese es el verdadero éxito de Milei: ha conseguido que todos hablen su idioma. Que todos sean, de alguna manera, hijos bastardos de su lógica. El “antimileísmo” no puede ser el espejo que lo reafirma. Tiene que ser la disolución de su campo magnético. El nacimiento de otra épica, de otra mística, de otro nosotros.
2027 no se definirá en las encuestas. Se definirá en la imaginación política. Y por ahora, la Argentina sufre un apagón.