La Argentina vuelve a ser el país de las paradojas. Mientras Javier Milei agitó durante años la bandera del “desguace del Estado” y convirtió en enemigos públicos a las empresas estatales, el primer trimestre de 2025 arrojó una sorpresa que dinamita su relato: por primera vez en años, 32 empresas públicas registraron un superávit operativo de 50 millones de dólares. Aerolíneas Argentinas, Enarsa y Aysa, vilipendiadas y ofrecidas al mercado por el propio presidente, resultaron ser las locomotoras del equilibrio fiscal.
Este fenómeno, sostenido en parte por una actualización tarifaria que trajo alivio a las arcas, pone en jaque la narrativa libertaria que se basaba en el despilfarro estatal como fuente de todos los males. El Congreso impidió las privatizaciones más voraces, y ahora esas mismas empresas que Milei quería vender al mejor postor son las que le inyectan dólares frescos al balance de Caputo.
Cuando el dogma choca con los datos
El gobierno, que prometió eliminar el déficit “a machetazos”, se ve obligado a convivir con una contradicción estructural: sin las empresas públicas, el leve oxígeno en las cuentas no existiría. El relato antiestatista naufraga en la realidad. Pero no hay reconocimiento. No hay giro. Se sigue criticando lo que ahora se celebra en silencio.
Esto no significa que el Estado, tal como lo conocemos, sea perfecto. Lejos de eso. Pero sí deja en evidencia que la dicotomía Estado versus Mercado ya no sirve. Es una lucha del siglo XX que no resuelve los problemas del siglo XXI.
La política que viene: transparencia, eficiencia y blockchain
La alternativa superadora no es destruir ni idolatrar al Estado, sino dotarlo de nuevas herramientas. En este marco, la tecnología blockchain —más allá de su fama cripto— aparece como una plataforma ideal para transparentar procesos, evitar el oscurantismo administrativo y optimizar el uso de recursos públicos.
Un Estado trazable, de código abierto, con contratos inteligentes y auditoría permanente, puede ser más eficiente que cualquier corporación privada. En lugar de pensar en vender Aerolíneas, podríamos pensar en gobernarla desde la ciudadanía, en tiempo real, con datos abiertos y control social.
¿Un nuevo paradigma?
La política que viene deberá aprender a surfear sobre esta tensión: el relato disruptivo ya no alcanza si no se conecta con la evidencia. La soberanía no está en las consignas, sino en las capacidades. Las empresas públicas que subsisten —y ahora dan superávit— no son una anomalía: son una oportunidad para redefinir el Estado del futuro.
La Argentina no necesita menos Estado, sino un mejor Estado. Ni clientelar, ni capturado, ni obsoleto. Un Estado digital, transparente, inteligente y socialmente útil. Es hora de dejar de discutir con slogans y comenzar a pensar en sistemas.