“Traición violeta en Monterrico: Casasola rifó el voto libertario y revivió al Nilsismo que el pueblo quiso enterrar”

“Traición violeta en Monterrico: Casasola rifó el voto libertario y revivió al Nilsismo que el pueblo quiso enterrar”


El precio de la incoherencia: cómo una jugada territorial terminó dinamitando la confianza de la militancia

Una maniobra política silenciosa, pero cargada de pólvora, acaba de hacer explosión en el corazón de Monterrico. El reciente desarme de María Almazán, operada con el aval de Jésica Casasola y digitada desde las sombras por la vieja estructura nilsista, marca un antes y un después en la frágil arquitectura política del espacio violeta. Lo que parecía un acto administrativo más, devino en un sismo interno de proporciones devastadoras. Y las réplicas ya se sienten.

Casasola, electa por el voto libertario como emblema del cambio, selló en los hechos un pacto con el mismo sistema que prometió destruir. Con oficios, presiones y acuerdos que nunca pasaron por el tamiz del debate interno, facilitó el regreso de un modo de hacer política que la ciudadanía ya había condenado. El acuerdo con el nilsismo, para garantizar la agachada de una figura discutida como María Almazán, no solo desdibujó el impulso disruptivo del espacio violeta, sino que desató una rebelión anunciada en las alas del propio nilsismo que no comparten vender su posición a un espacio emergente.

La militancia violeta no tolera traiciones: se viene la sublevación

Los hechos no son menores. El respaldo silencioso a Almazán —una dirigente señalada como engranaje de las viejas prácticas de cooptación territorial— vino acompañado de la exclusión de voces claves del espacio. Juan Gualpa y Humberto Avendaño, dos referentes que apuntalaron al nilsismo, ya dieron señales claras: no están dispuestos a tolerar la entrega del proyecto territorial a un nuevo espacio. La rebelión interna ya está en marcha.

Monterrico se convierte así en escenario de una tragedia política anunciada. En un distrito donde el discurso libertario prometía limpieza y renovación, la jugada de Casasola mostró la peor cara del oportunismo: rifar capital político a cambio de sellos, favores y estructuras oxidadas. El mensaje no tarda en llegar a los barrios, a los cafés, a las ferias: “Nos prometieron una revolución y nos vendieron una alianza con los mismos de siempre”, Casasola se cortó sola, sin el apoyo de la cúpula violeta jujeña, cerrando con el caudillo inoxidable, en busca de favores para armar su estructura clientelar, la misma que la militancia libertaria combate y condena.

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El voto no tiene dueños, pero la traición tiene firma

Quien hoy ostenta un cargo electo, debe recordar que lo hace gracias al voto de personas que creyeron en algo distinto. Casasola olvidó que, en el espacio libertario, cada voto tiene un solo dueño: el pueblo que abrazó la narrativa de Javier Milei como una esperanza de cambio. Pero al desoír la lógica jerárquica del movimiento y jugar su propio juego territorial, se condenó al fuego de la incoherencia.

El color que ahora domina en Monterrico no es el violeta ni el celeste: es el de la piel de la gente, del pueblo que vive, siente y vota. Ese pueblo que huele la traición a distancia y ya comienza a levantar nuevas banderas, la del oficialismo local, por mérito, por esfuerzo, por conquistas.

La coherencia es la que va a triunfar. Y en Monterrico ya no hay margen para máscaras.


Libertaria Nilsista»: La doble cara de Jésica Casasola que estalla en Monterrico

Una traición sin disimulo. Una maniobra que, lejos de representar al voto libertario, lo pisotea. En Monterrico, la figura emergente de Jesica Casasola, que hasta hace semanas se presentaba como el futuro de la renovación política, acaba de sellar un acuerdo que la desnuda por completo: pactó con Nilson Ortega, viejo barón del peronismo local, para rifar el poder libertario en el Concejo Deliberante a cambio de favores personales.

Lo que muchos no interpretaron del todo es que Casasola no sólo promovió la caída de María Almazán —supuesta referente del espacio violeta y símbolo de la nueva política «asi presentada por el propio Kevin Balllesty»—, trabajó activamente trabajó para que su asunción no suceda. ¿El motivo? Jesica necesitaba congraciarse con Ortega, el mismo cacique político al que antes llamaba «la casta», pero que ahora la seduce con promesas de poder, favores y pagos para un armado político a costas de contratos y prebendas.

El acuerdo es simple y brutal: María Almazán se corre, el nilsismo mantiene el control del Concejo y Casasola gana tiempo para construir su propia estructura clientelar con recursos que jamás podrían provenir de una renovación auténtica. La jugada no sólo es espuria; es directamente obscena para quienes creyeron que su voto era para Javier Milei y no para esta tragicomedia de reciclaje político.

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La traición cobra un nombre: “libertaria nilsisita”, una contradicción en sí misma, pero tan real como las reuniones secretas que sellaron este pacto. Casasola negoció la rendición de una concejala electa a cambio de sostener su propio esquema de supervivencia. Su jugada fue pura lógica de casta: traicionar a los suyos para acercarse al viejo poder que nunca se fue, sólo estaba esperando que alguien con ambición y poca lealtad tocara su puerta.

Mientras tanto, los militantes violetas arden de bronca. Nadie votó para que Jésica se transforme en aliada de Nilson Ortega, sino para representar otra forma de hacer política.

La rebelión interna es inevitable en el nilsismo. Monterrico ya no quiere discursos prefabricados ni alianzas espurias. El pueblo pide coherencia, pide verdad, y empieza a mostrar que el nuevo color político no es ni violeta ni celeste: es el color piel de un pueblo cansado que quiere dignidad.

Y esa dignidad, Jésica, no se negocia.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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