El relato oficial se desmorona al primer roce con la calle. Mientras el gobierno celebra balances financieros diseñados por tecnócratas de escritorio, la economía real se desangra: comercios cerrados, economías regionales quebradas, y una recesión brutal que ni los mismos funcionarios se animan a mirar de frente. Desde la mirada filosa de Carlos Maslatón, lo que estamos viviendo no es una transición, sino una demolición controlada… aunque cada vez menos controlada.
La verdadera pregunta ya no es si el modelo económico actual va a colapsar, sino cuándo. En palabras del propio Maslatón, lo que sostiene al plan Caputo no es una lógica productiva, sino un esquema financiero de laboratorio basado en tasas imposibles (80%, 60%) y deuda creciente —300 millones de dólares por día, según sus estimaciones—. Es una “economía de mesa de dinero” que le da la espalda a la producción, al trabajo y al desarrollo. En ese laboratorio, el dólar es una ficción intervenida, el riesgo país es una advertencia ignorada, y el crecimiento es apenas un gráfico maquillado con PowerPoint.
Lo más grave es que este castillo de naipes no lo sostiene la inversión, sino la mentira monetaria y la promesa de un milagro que nunca llega. En el NOA, las cosechas ya no se venden como antes, los comercios no tienen margen y las industrias medianas están paralizadas. No hay consumo, no hay crédito, y mucho menos, esperanza. La dolarización social crece mientras el propio Milei y sus asesores financieros se enredan en su laberinto ideológico, atrapados en un modelo que repite errores conocidos: Alfonsín con el Austral, Macri con el «carry trade», y ahora Milei con la «tasa-maniobra».
Pero, ¿quién gobierna realmente? Maslatón, con precisión quirúrgica, apunta contra la estructura bicéfala del Ejecutivo. Una presidencia paralela ejercida por Karina Milei —“la presidenta adjunta”, como la llama— y un equipo económico que recuerda más al viejo gabinete PRO que a una fuerza libertaria con visión moderna. El resultado: jóvenes militantes expulsados, listas armadas a dedo, y una crisis interna que muestra que ni la casta se animó a tanto.
¿Qué sigue? El propio Maslatón anticipa que el plan económico caerá. No por decisión política, sino porque el mercado lo hará implosionar. “Este dólar es artificial”, advierte. Y cuando deje de sostenerse, cuando se acabe la deuda o la paciencia, el derrumbe no será una posibilidad, será una certeza. Sin corrección de rumbo, Caputo no llegará a fin de año. Y aunque Milei logre llegar al final de su mandato, su reelección estará más lejos que nunca.
Lo más triste no es el error económico. Lo devastador es el desprecio por el país real: por los changarines que no tienen ni changa, por las PyMEs que resisten sin subsidios, por las provincias que sobreviven al margen del relato financiero de Puerto Madero. Porque, al final del día, la economía no es la Bolsa: es la mesa de los argentinos.