“Superávit para uno, ajuste para todos: el campo festeja, las provincias tiemblan”

“Superávit para uno, ajuste para todos: el campo festeja, las provincias tiemblan”


En un discurso encendido desde la tribuna de la Sociedad Rural Argentina, el presidente Javier Milei consolidó hoy su alianza estratégica con el sector agropecuario a fuerza de gestos concretos: anunció una rebaja histórica de retenciones y prometió que, mientras él gobierne, esos impuestos “no volverán”. El campo celebró. Pero mientras los aplausos resonaban en Palermo, el eco de ese superávit fiscal “intocable” prometido como dogma anticipa algo más que ortodoxia: preanuncia un desierto fiscal para las provincias.

Milei fue claro, explícito y brutal. Dijo que el Estado es un “parásito fiscal”, que la “justicia social es un parásito mental”, y que cualquier gasto que no tenga contrapartida inmediata será vetado. Su modelo no se disfraza: consiste en achicar el Estado hasta convertirlo en una oficina mínima de defensa y seguridad, y relegar toda inversión pública a cero. ¿Resultado? Una nación con el superávit como bandera, pero con las provincias sin margen ni herramientas para sostener salud, educación, obra pública ni empleo.

Las cifras lo confirman: eliminar o reducir retenciones implica, por un lado, una mejora directa para el agro, especialmente la pampa húmeda, y por el otro, una reducción sustancial en los ingresos que, vía coparticipación, sostenían las arcas provinciales. El superávit de Nación es el déficit provincial. En un país federal como el nuestro, eso es más que un desequilibrio: es una fractura estructural.

Desde una mirada macro, Milei plantea una economía cerrada sobre sí misma, donde el equilibrio contable es el fin último, incluso si eso significa cortar la inversión en infraestructura, asistencia social o universidades en el norte argentino. Lo inquietante es que, para lograrlo, el presidente no duda en demonizar todo el aparato estatal, deslegitimar derechos y señalar como “genocidas del futuro” a quienes proponen otro camino. Esa es la batalla cultural que lidera desde el atril: el exterminio simbólico del federalismo y de la solidaridad territorial.

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La rebaja de retenciones al campo es un guiño que trasciende lo fiscal: es una toma de partido. Milei no solo apoya a un sector, lo convierte en su base ideológica. La Argentina que propone no se construye desde el equilibrio entre regiones, sino desde la exaltación del agroexportador como núcleo civilizatorio y de la Nación “productiva” como única digna de apoyo. ¿Y las provincias? Que se arreglen.

Para el Norte Grande, esta mirada es letal. Nuestra economía no se sostiene con soja ni feedlots. Se apoya en políticas activas, infraestructura, promoción industrial y asistencia al empleo. Sin recursos nacionales, sin crédito, sin retenciones que financien programas productivos, muchas economías provinciales quedarán atrapadas en un desierto presupuestario, incapaces de sostener siquiera el funcionamiento básico del Estado.

El discurso de Milei en La Rural fue potente, pero también revelador. En nombre de la libertad, propone una concentración brutal del poder económico en los sectores más competitivos del país, sin redistribución ni compensaciones. Esa visión puede lograr aplausos en Palermo, pero en Humahuaca, en Orán o en Santiago del Estero significa desnutrición, desocupación y desesperanza.

Desde la perspectiva de las provincias, la retórica liberal radicalizada del presidente no es una anécdota. Es una amenaza concreta. Porque un superávit fiscal construido sobre el colapso provincial no es ni sano, ni sostenible, ni federal. Es, en última instancia, el germen de una fractura nacional.

La verdadera pregunta que deja el discurso es: ¿a quién le sirve este modelo? ¿Y cuántas Argentinas quedarán en pie si solo una tiene derecho al progreso?.

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