La geografía política de Jujuy entierra cada vez más temprano al peronismo histórico, ahogado por datos que no perdonan ni a sus coaliciones consolidadas ni a la LLA. A nivel nacional, el ausentismo electoral ha alcanzado niveles alarmantes, con solo entre el 52% y el 59% del padrón acudiendo a votar en recientes elecciones provinciales y locales. En Jujuy, la caída no fue menor: apenas votó el 64%, una clara señal de desafección que promete repeticiones en octubre.
Paralelamente, la ciudad de Buenos Aires reportó resultados aún más escalofriantes: en ciertos barrios, solo votó el 37.5% del padrón, evidenciando un desencanto profundo y estructural con la política. Esta tendencia no va a detenerse aquí.
En Jujuy, los datos socioeconómicos convalidan el descontento. La provincia exhibe una tasa de desocupación del 3.1% en el aglomerado Jujuy-Palpalá, significativamente inferior a la media nacional del 7.9%. Pero estos promedios esconden una tragedia generacional: los jóvenes argentinos (18‑24 años) enfrentan una tasa de desempleo del 17.2%, más de 3.6 veces la cifra adulta. Muchas de esas personas viven en la informalidad, obtienen ingresos precarios y ven cada vez más diluida su esperanza de futuro.
Es en este crisol socioeconómico donde la caída de La Libertad Avanza debería reflejarse también en Jujuy. A nivel nacional, el propio oficialismo reconoce su bajón electoral y lo atribuye a gobernadores “incapaces”. Pero aquí ocurre algo peor: la oposición brilla por su torpeza. No hay debate de ideas, ni propuestas frescas que seduzcan a los desencantados, menos unidad. Todo es sello de goma, reducto de identidades muertas, sin capacidad para articular caminos atractivos para los jóvenes, que hoy votarán más blanco o se ausentarán, antes que repetir estructuras fracasadas.
El combo es devastador: partidos sin discurso, ausentes de propuestas y ajenos al hartazgo ciudadano. En este contexto, la posibilidad de ofrecer una alternativa real se disuelve frente al silencio. No alcanza con criticar: hay que proponer caminos. Si la política formal no logra reconectar con un electorado joven que ya no cree en ella, el voto ausente será el veredicto más rotundo.