Argentina en picada: la economía bajo Milei entre la recesión, la inflación y la mentira

Argentina en picada: la economía bajo Milei entre la recesión, la inflación y la mentira

En política económica, hay leyes tan obvias como la física: si pisás los salarios, hay menos consumo. No es teoría; es la realidad que atraviesa la Argentina. Sin embargo, el gobierno de Javier Milei parece sorprendido —o finge estarlo— frente a un derrumbe que cualquier manual de sentido común anticiparía. Las ventas de las pymes y comercios caen por cuarto mes consecutivo, el consumo de alimentos se desploma y, como si fuera poco, la inflación retoma el camino ascendente justo antes de las elecciones.

El relato oficial intenta minimizarlo con excusas que rayan el absurdo, como culpar al comercio electrónico de la caída del consumo en almacenes y supermercados. Pero los números son tozudos: las ventas de alimentos retroceden a niveles que no se veían desde crisis anteriores, mientras los salarios —docentes, estatales y privados— pierden poder adquisitivo a un ritmo que ya deja a millones por debajo de la canasta básica. En 20 provincias, los maestros cobran menos de lo necesario para cubrir lo elemental.

La tormenta perfecta se completa con precios que vuelven a moverse hacia arriba. En verdulerías, las subas superaron el 20% en pocas semanas; en supermercados, la primera semana de agosto marcó un alza del 2% en alimentos. Si se proyectara de forma anual, estaríamos hablando de un 104% de inflación. El sueño de la “desinflación rápida” con el que el gobierno arrancó el año se evapora en tiempo récord.

El problema va más allá de la macro. Hay un país que se paraliza: mayoristas que reportan caídas abruptas en ventas, productores que tiran tomates porque se importa lo que antes se compraba localmente, colas de tres cuadras para un puesto de trabajo, universidades que no arrancan clases por falta de presupuesto, hospitales sin recursos y sectores enteros que dependen de la caridad o la protesta para ser escuchados.

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Mientras tanto, el presidente elige la cadena nacional para victimizarse ante el Congreso y lanzar acusaciones de “genocidio” a quienes impulsan mejoras salariales para jubilados, discapacitados o trabajadores. Un discurso que choca con sus propias decisiones: eliminar retenciones a mineras en un momento de precios internacionales récord, o convalidar operaciones financieras que cuestan lo mismo que años de presupuesto del Garrahan o el CONICET.

La contradicción es brutal: Milei sostiene que la suba del dólar no impacta en precios mientras ajusta toda su política para evitar que suba. Afirma haber sacado a 12 millones de personas de la pobreza en un país donde cada día crece el número de familias que comen menos o dependen de ayuda. Su estrategia no parece ser defender ideas con datos, sino instalar una confusión constante donde la verdad y la mentira se mezclen hasta ser indistinguibles.

En este contexto, el deterioro económico no es sólo una estadística: es un clima social que se carga de malestar y descreimiento. El oficialismo llega a las elecciones con menos consumo, más inflación, dólar presionado y un desgaste político acelerado. La gran incógnita es si la población seguirá culpando al pasado o si empezará a ver en el presente las razones de su propio deterioro. Porque, como dice la lógica más elemental, si la plata no alcanza y los precios suben, no es el clima… es la política.

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