En las últimas elecciones quedó claro que una parte importante de la juventud argentina eligió canalizar su bronca en la figura de Javier Milei. Como lo señaló Franco “Bifo” Berardi, fue como una dosis de anfetamina política: un alivio inmediato para escapar del peso asfixiante de una vida sin horizonte. Milei fue presentado como la “ruptura total”, el grito de rebeldía contra un sistema que, a los ojos de los jóvenes, estaba podrido.
Sin embargo, la realidad golpea: el partido que decía encarnar la “lucha contra la casta” se ve atravesado por denuncias de corrupción y coimas que recuerdan a las peores prácticas de la política tradicional. Los propios militantes digitales, que en redes sociales defendieron el proyecto con uñas y dientes, hoy expresan su decepción: “Nosotros ponemos la cara y estos se afanan todo”, se lee en grupos y foros.
Entonces aparece la pregunta incómoda: ¿los jóvenes son meros espectadores de una estafa o están cayendo en una especie de sadomasoquismo político, defendiendo un espacio que ni siquiera cumple con su promesa básica de ajustar a la casta?
La respuesta no debe ser un reproche, sino un llamado. La energía rebelde de la juventud no puede desperdiciarse en un juego de espejismos. El problema no está en el deseo de ruptura, sino en que se canalizó en un liderazgo que repite, con otro tono, los mismos vicios.
La salida es posible. Argentina necesita una política creíble que nazca desde nuevos actores sociales, con mecanismos de transparencia verificables, participación real y un contrato de esperanza que no se agote en slogans. Los jóvenes no tienen que resignarse a elegir entre corrupción maquillada o impotencia.
La juventud merece una política que:
- Garantice participación real, con voz directa en la toma de decisiones.
- Implemente mecanismos innovadores, como presupuestos participativos digitales y control ciudadano en tiempo real sobre el gasto público.
- Ofrezca oportunidades concretas de realización, no solo discursos: educación accesible, empleo de calidad, movilidad social.
- Rinda cuentas sin excusas, bajo estándares éticos claros.
No hay futuro en seguir a líderes que los usan como carne de cañón digital mientras negocian bajo la mesa. El futuro está en animarse a construir un nuevo espacio donde la rebeldía no sea anestesia pasajera, sino semilla de transformación.
La juventud argentina no es sadomasoquista. Es rebelde. Y la historia demuestra que, cuando decide transformar la bronca en acción organizada, no hay poder que pueda detenerla.