Editorial
Argentina camina al borde de una cornisa peligrosa. El “reseteo” del dólar y de las tasas anunciado por el ministro Luis Caputo no es más que el preludio de una devaluación inevitable, ya anticipada por bancos internacionales como Morgan Stanley.
La ilusión de una reactivación económica se desvanece a pasos acelerados. Los salarios devaluados, las pymes asfixiadas y el consumo deprimido pronto se encontrarán frente a una nueva tormenta que amenaza con empujar al pueblo argentino al tacho de basura de la historia económica reciente.
El discurso oficial de “ordenar las cuentas” y “esperar la cosecha” suena hueco frente a la crudeza del mercado: no habrá estabilidad con tasas manipuladas ni un dólar ficticio sostenido con alfileres. La realidad del atraso cambiario golpea en la cara, y cuando la devaluación se concrete, la sociedad volverá a pagar la factura con más inflación, pérdida del poder adquisitivo y la frustración de todo proyecto de desarrollo.
Cada vez que el esfuerzo de millones se transforma en papel pintado por decisiones de escritorio, se quiebra la esperanza colectiva. Y lo que se aproxima no es un simple ajuste técnico: es la confirmación de que en Argentina, la rueda de la desigualdad se vuelve a encender con la fuerza de una maquinaria que solo favorece a unos pocos.
La pregunta no es si habrá devaluación, sino cuándo y con qué costo social. El relato oficial intenta prolongar la calma, pero el mercado ya decidió. Y en ese choque, serán los trabajadores, los jubilados y las familias los que otra vez vean cómo sus sueños se licúan en la hoguera de la especulación.