El dólar, el FMI y el final del espejismo libertario

El dólar, el FMI y el final del espejismo libertario

Por Jorge Lindon // El último movimiento de Luis “Toto” Caputo, con el respaldo incómodo de Gabriel Rubinstein, desnuda con crudeza lo que ya todos los argentinos intuían: el gobierno de Milei no controla la economía, apenas la administra con la respiración asistida del Fondo Monetario Internacional. Cuando Rubinstein admite que el ancla del dólar no es el Estado nacional sino el FMI, lo que está confesando es que la Argentina ha entregado su soberanía cambiaria a un acreedor externo, después de haber perdido la batalla de contener el precio de la divisa en el mercado local.

El experimento libertario, que se presentaba como la épica de la “mano dura” contra la inflación, ha terminado en un grotesco. Milei prometió conocimiento técnico, pero solo entregó impericia, improvisación y dogmas de biblioteca. La flotación administrada murió antes de nacer: el dólar ya no se pisa, se sostiene artificialmente con el pulmotor del crédito externo. Y todos sabemos cómo terminan esas ficciones: en devaluación. No por el “fantasma K”, no por el “riesgo peronista”, sino por el propio engaño de Milei y de sus acólitos que convencieron a millones de argentinos de que entendían lo que hacían.

El default que ya vivimos

Mientras Milei recita vetos a todo lo que se mueve, los gobernadores imploran por fondos para sostener hospitales, escuelas y salarios. Lo que se vive es un “default interno” que ya estrangula provincias, municipios y servicios básicos. Y el “default externo” es apenas cuestión de calendario, porque si el FMI suelta la cuerda, el ancla del dólar se convierte en piedra y arrastra al país a otra tormenta.

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El presidente se presentó como la encarnación de la “nueva política”, pero lo único que ha demostrado es una incapacidad absoluta para distribuir recursos, gestionar crisis y construir acuerdos. Su negativa obsesiva a compartir poder no es valentía, es ignorancia disfrazada de pureza.

Octubre como punto final

El 26 de octubre no será solo una elección: será un plebiscito histórico. Desde La Quiaca a Ushuaia, de Mendoza a la Capital, la sociedad votará con bronca y con memoria. Ese día se acabará el espejismo libertario. Porque cuando la heladera está vacía, cuando el sueldo se evapora y el dólar es rehén de un organismo internacional, la gente entiende que no se trata de slogans ni de cadenas por redes sociales: se trata de sobrevivir.

El peronismo, con todas sus contradicciones, con todos sus matices, vuelve a aparecer como el único movimiento con capacidad real de garantizar gobernabilidad y poner al trabajo en el centro. Nos taparemos la nariz, dirán algunos. Pero cuando el agua llega al cuello, el pueblo no vota estética: vota futuro. Y si ese futuro se llama Kicillof, mejor todavía, porque al menos hay allí una brújula, un proyecto, una promesa de recuperar el Estado como herramienta y no como enemigo.

La épica que comienza

El sueño libertario se apaga en tiempo récord, como un fuego de artificio que encandiló un instante para dejar después la más profunda oscuridad. La historia argentina volverá a dar la razón a los pueblos que, ante la adversidad, eligen camino, justicia social y organización. El 26 de octubre, la Argentina votará con el corazón caliente y la cabeza clara: Milei fracasó. Es hora de llamar al peronismo.

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