Argentina asiste a un déjà vu que ya no sorprende, pero duele. La economía vuelve a asomarse al abismo de una nueva escalada inflacionaria, consecuencia directa de la impericia de Javier Milei y su equipo económico. El peso ya acumula una devaluación del 35% desde que el dólar empezó a flotar libremente, y la dinámica es clara: lo que se pretendió vender como una salida virtuosa, terminó siendo una vía de escape para los capitales y un golpe brutal a los bolsillos de la mayoría.
El dólar, ese tótem que desnuda cada error de conducción, se prepara para otra fuga en cuestión de horas. Lo que Milei había prometido como «flotación administrada» se convirtió en un río desbordado: sin diques de contención, sin credibilidad y sin reservas. Hoy, la moneda nacional se derrite y el crédito político del Presidente se evapora con la misma velocidad con la que se licúan los salarios y jubilaciones.
El oficialismo libertario apostó a un experimento de laboratorio, pero en la Argentina real el resultado es el mismo de siempre: los precios se disparan, el dinero vale menos y la inflación vuelve a convertirse en el verdugo de la esperanza popular. La sociedad, exhausta, ya no cree en promesas ni en fórmulas mágicas: siente en carne propia cómo la comida, los medicamentos y la educación se encarecen día a día, mientras el Gobierno insiste en sostener un relato que la realidad pulveriza.
El 26 de octubre no será una elección más: será el plebiscito de este fracaso anticipado. Milei llegó con la bandera de la «ciencia económica» y la idea de que entendía lo que nadie entendía. Hoy se cae la máscara: el libertarismo no fue un camino hacia la libertad, sino una autopista hacia el despojo. Otra vez hemos perdido tiempo, moneda y fe. Pero lo que no se pierde es la memoria: los pueblos siempre ajustan cuentas con quienes confunden la patria con un experimento.