Trump, Musk y la sombra de la Reserva Federal: el preludio de un terremoto económico global

Trump, Musk y la sombra de la Reserva Federal: el preludio de un terremoto económico global

Estamos a las puertas de un giro tectónico en el orden económico mundial. Lo que hasta hace poco parecía una hipótesis de laboratorio hoy empieza a tomar forma en los pasillos de Washington y Wall Street: Donald Trump, con la mira en mayo de 2026, planea subordinar la Reserva Federal a su voluntad política. La simple posibilidad de que el hombre más imprevisible de la política norteamericana controle el timón de la institución más influyente del sistema financiero global no es solo una provocación: es un terremoto anunciado.

El contexto es claro: Estados Unidos carga con la mayor deuda pública de su historia, más de 34 billones de dólares y subiendo. La máquina de emitir bonos ya no convence a todos, y los compradores externos –China, Japón, fondos soberanos– reducen su apetito. En ese vacío aparece el gran dilema: ¿quién financiará el déficit estructural de la primera potencia mundial? La respuesta que ronda los círculos trumpistas es brutal en su simpleza: que la Reserva Federal compre masivamente deuda pública, como ya ocurrió en 2008 y en la pandemia, pero esta vez sin freno, sin contrapeso y al servicio de una agenda política personal.

Aquí entra Elon Musk, ese outsider que entiende que sin control del gasto público, toda innovación se hunde en un pantano inflacionario. Musk tiene razón: un Estado que gasta sin límite solo posterga la crisis. Pero el problema es que Trump no busca recortar, busca gobernar con deuda financiada por emisión. Es decir, la fórmula perfecta para detonar la inflación global.

La mecánica es conocida: si la Fed imprime dinero para comprar deuda, el dólar se devalúa, las tasas internacionales se distorsionan y los precios de las materias primas vuelan. Lo que ocurre en Washington no se queda en Washington: golpea a todo el planeta. Para América Latina, esto significa un doble filo: por un lado, mayores ingresos por commodities; por otro, fuga de capitales, inflación importada y deuda externa más cara. Para Europa, un jaque al euro. Para Asia, un reacomodo forzado frente a un dólar debilitado pero aún dominante.

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El riesgo político es igual de grande: Trump busca quebrar el último muro de independencia institucional que sostiene la confianza mundial en Estados Unidos. La Reserva Federal no es solo un banco central, es el ancla de la economía global. Que un presidente la utilice como caja de resonancia electoral no es reforma: es demolición.

La pregunta ya no es si el mundo puede tolerar a Trump en la Casa Blanca. La pregunta es si el sistema financiero global puede sobrevivir a Trump controlando la Fed. Y la respuesta es tan incómoda como evidente: entramos en el preludio de un ciclo de inestabilidad monetaria global sin precedentes desde los años ’70.

América Latina, y especialmente Argentina, debería tomar nota. Si la inflación global se dispara, los países periféricos serán los primeros en pagar el precio. La receta del endeudamiento eterno, del déficit financiado con promesas, tiene el mismo destino en Buenos Aires que en Washington: la ruina social y económica.

El mundo ya no está ante una disputa ideológica, sino ante una fractura estructural del orden financiero internacional. Y si la política se convierte en la dueña del dinero, como insinúa Trump, el planeta entero quedará en manos de un experimento tan temerario como suicida.

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