Milei atrapado en su propio laberinto

Milei atrapado en su propio laberinto

Javier Milei llegó al poder como el huracán antisistema que prometía arrasar con la “casta” y abrir una nueva era. Hoy, apenas dos años después, se encuentra cercado por las mismas trampas que él mismo cavó. No gobierna con política porque la repudia, y sin política está condenado a la parálisis.

La derrota en la provincia de Buenos Aires no fue un accidente: fue un mensaje brutal. Aquellos sectores populares y juveniles que en 2023 vieron en Milei un camino alternativo decidieron darle la espalda. No se trató de un voto gorila ni de un guiño al establishment: fue un grito de hartazgo. El presidente que prometía ser la voz de los olvidados terminó convirtiéndose en su verdugo.

En su cadena nacional, Milei volvió a refugiarse en su religión del déficit cero, como si la aritmética fiscal pudiera reemplazar el pulso humano de la política. Pero los números no conmueven al trabajador que pierde su empleo, al jubilado que ve licuarse su haber, al estudiante que teme por la universidad pública. La realidad se impone: el ajuste ya no es relato, es dolor cotidiano.

El problema no es solo la crueldad, sino la mala praxis. Con oportunidades de acumular reservas, con un salvataje del FMI y con una cosecha que ofrecía aire, Milei eligió siempre la improvisación, el parche, el puente financiero. Su plan fue apenas sobrevivir hasta las elecciones. Y la realidad lo alcanzó antes.

Mientras tanto, el círculo rojo huele sangre. Empresarios que incubaron al Milei candidato ya empiezan a mirar hacia el peronismo como refugio de estabilidad. El establishment, que ayer le dio alfombra roja, hoy tantea alternativas, porque sabe que un presidente que no puede aprobar leyes, que se pelea con todos y que erosiona su base social, es un producto político con fecha de vencimiento.

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Milei está atrapado en un laberinto del que no encuentra salida: cada paso lo devuelve al mismo punto. Si modera el ajuste, traiciona a su credo; si lo profundiza, acelera su desgaste social. Y en medio de ese dilema, se asoma un fantasma peligroso: el vacío de poder.

La historia argentina ya conoce este guion. Presidentes que se enamoran de su propia épica, que confunden convicción con obstinación, y que terminan chocando contra la realidad económica y social. El reloj corre hacia octubre, pero la sociedad ya perdió la paciencia. Milei no está gobernando la Argentina: está siendo devorado por el monstruo que él mismo creó.

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