La política argentina atraviesa uno de los capítulos más oscuros de su historia reciente. No porque el oficialismo libertario haya demostrado su incapacidad para ordenar la economía o generar confianza, eso ya estaba a la vista; sino porque ahora el propio sostén de Milei —la supuesta independencia soberana— se desmorona al quedar desnudo como lo que es: un liderazgo de marioneta sostenido por los hilos de Washington.
Los mensajes del Tesoro norteamericano, amplificados con el respaldo explícito de Trump, no son gestos diplomáticos inocentes. Son un condicionamiento brutal en plena campaña electoral. Estados Unidos no “observa” a la Argentina: la interviene simbólicamente, la utiliza como laboratorio geopolítico en su pulseada contra China. Y Milei, que se jactó de ser el estandarte de la libertad y el enemigo de la “casta”, se rinde dócilmente a los dictados de un poder extranjero.
El electorado libertario, que hace un año compró la motosierra como símbolo de cambio, hoy asiste indignado a la confirmación de que la motosierra se volvió contra ellos mismos. Milei habla de soberanía fiscal mientras permite que Trump y sus emisarios decidan los tiempos, las formas y hasta el sentido de la política económica argentina. “No nos rescatan”, dicen. Y tienen razón: nos condicionan, nos hipotecan, nos reducen a ficha de trueque en el tablero global.
La esperanza libertaria, esa épica de derribar a la casta, se derrumba ante el espectáculo grotesco de un presidente que ya no conduce, sino que obedece. Y sus votantes más fieles, aquellos que aún defienden entre dientes la utopía del libre mercado, empiezan a sentir la traición en carne viva: los dólares que no llegan para aliviar al pueblo, llegan para sostener a un Milei frágil, sin margen político y con una sociedad cada vez más irritada.
No se trata de izquierda o derecha, de kirchnerismo o anarcocapitalismo. Se trata de dignidad nacional. ¿Hasta cuándo soportará la Argentina el papel de satélite? ¿Hasta cuándo el pueblo será espectador de un liderazgo vacío que necesita que desde Washington se le dé aire para sobrevivir una elección? Lo que está en juego no es la figura de Milei, sino el futuro mismo de la soberanía. Y la historia no absuelve a los que venden su patria: los expone, los condena y los olvida.