Dolarizar o morir: ¿soberanía o sumisión?

Dolarizar o morir: ¿soberanía o sumisión?

Argentina está frente a un dilema histórico que definirá no solo su economía, sino también su destino como nación: persistir con el peso, una moneda debilitada por décadas de inflación y devaluaciones, o entregar el timón de la política monetaria a Washington mediante la dolarización. El debate no es técnico, es existencial. Se trata de elegir entre soberanía o sumisión financiera.

La ilusión de la estabilidad

Quienes promueven la dolarización, encabezados por Milei, insisten en tres promesas: inflación controlada, credibilidad internacional y acceso a inversiones. No es un argumento menor: millones de argentinos ya piensan en dólares, ahorran en dólares y hasta negocian en dólares. La tentación es obvia: si la gente no cree en el peso, ¿para qué mantenerlo?

Sin embargo, la estabilidad aparente puede convertirse en una trampa. Ecuador y El Salvador redujeron su inflación tras dolarizar, pero quedaron atados de pies y manos a las decisiones de la Reserva Federal. Su política económica dejó de depender de sus pueblos para depender del humor financiero de Washington. En Argentina, donde el déficit fiscal y la debilidad institucional son crónicos, el salto puede no ser estabilidad, sino abismo.

El costo de entregar la soberanía

La dolarización no es un simple cambio de billetes: significa apagar la impresora nacional y ceder la política monetaria a la Reserva Federal de Estados Unidos. Si mañana la Fed sube las tasas de interés para combatir su inflación interna, la recesión golpeará a Argentina con la misma fuerza, sin que Buenos Aires pueda reaccionar.

Peor aún: frente a una crisis externa, el país ya no podrá devaluar para recuperar competitividad. El ajuste caerá directamente sobre salarios, empleo y gasto público. Es decir, la estabilización monetaria se paga con sangre social.

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La geopolítica del dólar

El debate argentino no ocurre en un vacío. Estados Unidos observa la oportunidad de consolidar su influencia en el Cono Sur, mientras China avanza con inversiones estratégicas en energía, litio y alimentos. El propio secretario del Tesoro, Scott Bessent, deslizó la posibilidad de un swap de monedas y compras de deuda argentina. Trump, por su parte, parece dispuesto a “apoyar” a Milei siempre que Argentina quede anclada al orden financiero de Washington.

¿Se trata de un rescate? No. Se trata de una intervención. La economía argentina se convierte en campo de batalla entre dos imperios, y la dolarización sería el caballo de Troya para entregar nuestra soberanía.

El espejo roto del pueblo argentino

La dolarización no es solo un problema macroeconómico, es una fractura con nuestra propia identidad. El pueblo argentino ya soportó ajustes, recortes y sacrificios en nombre de la estabilidad. Hoy, vender la esperanza de que el dólar resolverá mágicamente el caos inflacionario es un engaño cruel.

Porque la micro no es la macro: el mercado celebra los bonos que rebotan, pero la gente en la calle cuenta monedas para comer. Los que tienen dólares ahorrados podrán festejar, pero los asalariados, los jubilados y los jóvenes que sueñan con un futuro digno quedarán atrapados en un sistema que no los reconoce.

El riesgo no es solo económico, es político: el electorado de Milei, decepcionado y golpeado, descubrirá que la promesa de libertad se transformó en dependencia absoluta.

Una decisión de vida o muerte

Dolarizar no es un remedio, es una amputación. Puede detener la gangrena inflacionaria, pero al precio de renunciar a nuestro derecho a decidir sobre nuestro futuro. Argentina se encuentra en una encrucijada: o apuesta por reconstruir su soberanía con reformas serias, o se condena a vivir bajo tutela extranjera.

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El dilema no es “peso o dólar”. El dilema es patria o colonia. Y en esa decisión no hay margen para el error, porque lo que está en juego no es la moneda, sino la dignidad de un pueblo.

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