La Argentina atraviesa un momento histórico en el que la soberanía parece puesta en venta. No hace falta metáforas: hoy el verdadero ministro de Economía no está en Buenos Aires, sino en Washington. El secretario del Tesoro de Estados Unidos dicta condiciones, advierte, corrige y hasta fija la expectativa de “calma” de los mercados, siempre supeditada a un resultado electoral: que Milei siga en el poder.
Este nivel de injerencia directa no se veía desde la posguerra. Y es más brutal porque se explicita sin pudor: el salvataje prometido no es para el pueblo argentino, sino para un gobierno. La calma, ese bien tan frágil que tanto necesita la sociedad, se ofrece como un botín condicionado. Si gana Milei, llegan los dólares. Si no, el futuro se convierte en amenaza.
El costo humano ya se percibe en carne viva. Mientras se destinan puntos enteros del PBI a pagar intereses de una deuda contraída por el mismo Luis Caputo que hoy administra la motosierra, se recortan sueldos, se paralizan hospitales como el Garrahan, se deja a jubilados y discapacitados a la intemperie. La estafa es múltiple: cuando se toma la deuda, porque congela la economía; mientras se sostiene, porque condiciona cada decisión; y cuando se paga, porque arrasa con lo que queda de país.
La pregunta inevitable es: ¿cómo reaccionará el electorado?
Hay una franja de votantes libertarios decepcionados que sienten haber sido usados como carne de cañón para un experimento que solo benefició a fondos de inversión y especuladores. Hay un peronismo que, con todas sus dificultades, vuelve a ser percibido como la última trinchera de defensa frente a la entrega. Y hay, sobre todo, una sociedad exhausta que ve cómo se le exige sacrificios infinitos sin ninguna recompensa.
La historia enseña que cuando las promesas de futuro desaparecen, lo que aparece es el palo: represión a jubilados, a trabajadores, a científicos, a familias enteras. La crueldad se busca naturalizar como si fuera inevitable. Pero en el corazón de los argentinos todavía late una convicción: este país se construyó con dignidad, trabajo y resistencia.
El voto de octubre no será uno más. Es un plebiscito sobre la continuidad de la entrega o la recuperación de la soberanía. Y lo que está en juego no es solo quién gobierna, sino si la Argentina sigue siendo un país o queda reducida a un territorio administrado por intereses extranjeros.
Porque, al final, la frase es clara y sin dobleces: no hay país con Milei.