La escena lo dice todo. No se discute ya de nombres propios ni de ubicaciones en la lista: se plebiscita un método de gobierno. Según LPO, Santiago Caputo llevó a Milei encuestas que muestran a su espacio 20 puntos abajo en la Provincia de Buenos Aires y, frente al derrumbe, ordenaron bajar a Espert. Es la confesión de que lo central no es un candidato: es un rumbo que perdió legitimidad.
El giro de urgencia abre otro boquete: reimprimir boletas para borrar un rostro incómodo costaría $14.000 millones, y la Justicia habría advertido que ya es tarde. ¿Qué queda entonces? Maniobras desesperadas y una factura política imposible de pagar en plena recesión.
El peronismo ya mueve fichas para judicializar cualquier reimpresión exprés y cargar al Gobierno el costo político de un gasto millonario por un error propio. La señal es nítida: “con plata pública, no”. La paciencia social con los atajos se agotó.
Tres hechos, una conclusión:
- Fracaso de conducción: cuando la estrategia depende de tijeras de imprenta y no de resultados, no hay liderazgo, hay daño control.
- Desorden operativo: bajar y subir candidaturas en caliente es gestión por pánico, no por plan.
- Corte ciudadano: la gente distingue entre ajustar a jubilados, discapacidad y hospitales… y a la vez barajar $14.000 millones para tapar un lío interno. Eso no pasa el filtro moral del votante.
El mensaje que madura en las urnas es sencillo y contundente: “por aquí no; contigo no… adiós”. No es bronca ciega, es evaluación de desempeño. Se pide previsibilidad, federalismo operativo, y un programa económico que proteja trabajo y salarios sin improvisaciones de madrugada.
Lo que viene exige reglas claras y agenda productiva:
- Cuidar el voto (sin reimpresiones caprichosas ni privilegios de casta).
- Orden fiscal inteligente, no motosierra torpe.
- Plan de empleo y formalización con foco PyME-regiones, logística y energía, para que el conurbano y el interior vuelvan a mover la rueda.
- Respeto institucional: la Justicia Electoral no es un mostrador para resolver crisis de campaña.
La película cambió de género: de épica disruptiva a control de daños. Cuando el poder se vuelve reactivo, la ciudadanía corta por lo sano. Esta vez no importan los apellidos; importa el veredicto del que paga impuestos, hace fila en el hospital y prende la máquina todos los días: “por acá no. Cambien el modelo o cambien de lugar”.