El escrutinio definitivo: Axel Kicillof amplió la diferencia a casi 17 puntos

El escrutinio definitivo: Axel Kicillof amplió la diferencia a casi 17 puntos

La Argentina vive en dos universos que ya no se tocan. En uno, el Presidente canta, promete milagros y celebra que desde Washington le soplen al mercado para que el dólar no se desmadre. En el otro, el del 90% que hace cuentas con la tarjeta, las heladeras vacías y la angustia a fin de mes, se cocina a fuego lento una respuesta política. c Ese dato, más que una cifra, es un diagnóstico: la sociedad dejó de comprar el relato y empezó a cobrar la factura.

Lo que parece una anécdota electoral es, en verdad, un plebiscito social. La Provincia de Buenos Aires es el espejo más grande del conurbano dolorido, del interior asfixiado y de los trabajadores —formales e informales— que sienten que el “shock” fue contra ellos. Si en septiembre hubo un “no” rotundo, ese “no” hoy es más grande. ¿Qué cambió? Nada esencial en la vida cotidiana: la recesión se profundizó, los salarios no alcanzan, las pymes se apagan, las provincias ajustan y la “estabilidad” se alquila por horas a costa de más deuda y más dependencia.

Del lado libertario, la épica del show y la foto con poder extranjero intentan tapar la intemperie económica. Pero el bolsillo no se distrae con luces. La intervención externa para “planchar” el dólar no baja el precio del pan, ni multiplica los empleos, ni repara la autoestima de un pueblo que siente que le hablaron de libertad para atarlo a una bicicleta financiera. El veredicto se cocina en la mesa familiar, no en los sets. Y en esa mesa, la pregunta es feroz en su simpleza: ¿estamos mejor que hace un año?

La política oficial eligió combatir símbolos antes que problemas. Mientras se insultaba a “los mandriles”, se licuaban jubilaciones; mientras se demonizaba “la casta”, se blindaban negocios de unos pocos; mientras se hablaba de “orden”, se entregaba la llave del tipo de cambio a intereses ajenos. Ese divorcio entre la puesta en escena y la vida real explica por qué el mapa cambió: el peronismo, con múltiples expresiones y matices, vuelve a ordenarse alrededor de tres palabras que la gente reconoce como propias: trabajo, ingreso y federalismo productivo.

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El dato bonaerense no es un accidente estadístico: es una tendencia que ya se ve en el interior. Provincias con economías regionales golpeadas —azúcar, tabaco, vitivinicultura, minería, turismo— están haciendo cuentas: un dólar artificialmente barato puede calmar la city, pero hunde exportadores, cierra plantas y barre empleos. Y cuando las provincias escuchan que la tutela económica se decide a 8.000 kilómetros, el reflejo es uno solo: defender su producción y su dignidad.

Por eso el 26 de octubre no es una elección de medio término más. Es el examen de mitad de curso de un programa que prometió un milagro y entregó un viacrucis. Si la provincia más poblada amplió la ventaja a casi 17 puntos con salarios en caída, es porque el votante ya no compra discursos sino resultados. Y el resultado, hoy, es una recesión profunda, una inflación que se resiste a ceder y un menú de “alivios” que caducan al día siguiente.

¿Qué viene después? Dos cosas, en paralelo. Primero, una derrota que —si se confirma— será difícil de disimular: el oficialismo llegó al límite del relato y la realidad le rebotó en la cara. Segundo, una responsabilidad enorme para la oposición que crece: transformar el “no va más” en programa concreto. No alcanza con indignarse; hay que ordenar prioridades: recomponer ingresos ya, apuntalar pymes, encender obra pública con impacto territorial, cuidar las reservas sin matar la producción, y abrir mercados sin rifar la industria. Federalismo no es pedir permiso: es diseñar desde las provincias la salida.

Las urnas no arreglan la economía, pero corrigen rumbos. Si el voto bonaerense fue la alarma, el 26 puede ser el cortacorriente. Que nadie se engañe: no habrá magia ni atajos. Habrá, sí, un mandato claro para dejar la soberbia en la puerta, rescatar el sentido común y volver a un orden básico: primero la gente que trabaja, después la timba; primero las economías reales, después la retórica; primero el país, después las selfies.

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En un país cansado de promesas vacías, el mensaje es este: el hechizo se rompió. El que canta no siempre gobierna; el que gobierna debe, antes que nada, cuidar a su pueblo. Si el 7 de septiembre hirió el mito, el escrutinio definitivo lo enterró: 16,5 puntos son un veredicto. Y el 26, si la tendencia se confirma, no habrá telón ni coro que tape la verdad: la sociedad argentina decidió volver a hablar con su voz y por su destino.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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