La política jujeña entró en tiempo de descuento. Si algo dejaron en claro las urnas recientes y las calles antes, es que la paciencia social se agotó. La gobernabilidad a fuerza de sellos elastizados y “acuerdos de cúpula” ya no compra ni un día más de paz. Y en ese mapa, camino a 2027, solo quedan dos certezas: el peronismo sobrevive si consuma la unidad real —sin vedettes, sin tribus, sin baronías— y la Libertad Avanza es hoy la favorita natural para quedarse con la Gobernación y, con ella, el control total de la provincia.
El voto joven y la clase media baja precarizada reclaman un reset de sistema. No quieren tolerar ni un round más de clientelismo, ventanillas cerradas y empleos públicos que no resuelven nada. Jujuy Crece como “Provincia Unidas” ya es pasado: la marca se vació de contenido, y su promesa de modernización terminó prisionera de la racionalidad fiscal sin proyecto y de una maquinaria que, cuando faltó plata, solo ofreció demora y culpas ajenas.
La rebelión generacional es el dato estructural. Adolescentes y juventudes globalizadas piensan en dólares, codean TikTok y Binance, comparan su vida con la de un pibe de Monterrey o de Madrid y no aceptan que un trámite tarde tres meses ni que emprender sea un tour por la burocracia. Jujuy es violeta y trumpista en el sentido más crudo: demanda shock, certezas simples, horizonte de movilidad rápida. Si la política local responde con liturgias de los ’90, pierde por walkover.
El oficialismo provincial eligió esquivar el “Pacto de Mayo” para sostener el andamiaje clientelar. Ese atajo se agotó. La caja chica ya no tapa baches de una macro incendiada, y lo que viene son tarifas dolarizadas, recortes nacionales más duros y provincias obligadas a producir o ajustarse. Cuando el Excel deja de cerrar, el relato se vuelve ruido blanco. Por eso el enojo es transversal: al radicalismo por administrar pobreza con sonrisa institucional y al peronismo por pelearse entre sí mientras el piso se hunde.
La ventana de oportunidad libertaria está abierta de par en par: discurso directo, anti-casta, promesa de romper privilegios y un relato aspiracional atado al dólar y al mérito individual. ¿Es consistente? Eso se verá. Pero hoy es competitivo y favorito, porque canaliza la bronca y le habla con naturalidad al votante joven, digital y sin paciencia. Quien subestime esta ola repite 2023.
¿Hay antídoto? Sí, pero no existe un peronismo de minorías intensas que alcance. Solo tiene chances el peronismo-unidad: programa común, liderazgo colegiado y bandera productiva bien concreta. Menos discursos y más leyes de alivio (desendeudamiento por tarjetas, quita de punitorios, crédito productivo regulado), emprendimiento con valor agregado (tabaco 2.0, hortícola, litio con proveedor local), corredor bioceánico y zona franca como plataforma exportadora, que ahora deberán gestionar desde los únicos representantes que les quedan en el congreso. Si el peronismo vuelve a ser interpretado como empleo, producción y movilidad social, compite. Si vuelve a ser hermetismo, desaparece.
El nuevo contrato social jujeño no se firma con actos ni con spots. Se firma con trámites instantáneos, internet que funciona, parques industriales vivos, feriantes mayoristas que vendan productos con marca y logística, y con municipios que cobren por servicios prestados, no por punteros. La “última milla” de la gestión —los intendentes— será el termómetro de 2026: quien resuelva basura, luces, seguridad y microcrédito, gana. Quien prometa y no entregue, pierde.
2027 no será una elección: será una revolución de expectativas. Si el peronismo logra un frente amplio, popular y productivo que hable en el idioma de los 20–35 años, habrá partido. Si insiste en pequeños feudos y egos grandes, la provincia elegirá la boleta violeta sin mirar atrás. La política solo conserva lo que transforma; lo demás lo barre la ola.
Jujuy eligió velocidad. O la conducción se sube al tren de la producción, la tecnología y la transparencia, o verá pasar, desde el andén, a una generación que ya no negocia su futuro.
