El desguace nuclear no es un error técnico. Es una decisión política.

El desguace nuclear no es un error técnico. Es una decisión política.

EDITORIAL Perico Noticias | Argentina, desarmada a propósito

El freno a la construcción del reactor nuclear CAREM, la paralización de proyectos como el RA-10 y el despido masivo de 230 científicos y técnicos altamente calificados en la Comisión Nacional de Energía Atómica no es un ajuste quirúrgico: es una amputación deliberada de la soberanía tecnológica argentina, ejecutada en nombre de un dogma fiscal de corto alcance.

Estamos hablando de esto: el país tenía un reactor modular propio, diseñado y construido en Argentina, con un 85% de avance de obra, que nos ubicaba entre los líderes mundiales en un mercado estratégico —los reactores SMR de baja y media potencia— junto a potencias como Estados Unidos, China y Rusia. Y ese reactor, el CAREM, no era un power point. Era hormigón, acero, ingeniería, software, protocolos de seguridad, transferencia de conocimiento. Era empleo calificado. Era posicionamiento geopolítico. Era exportable. Era divisas. Y sobre todo: era futuro.

Terminarlo requería entre 200 y 300 millones de dólares adicionales. Eso es lo que el Gobierno decidió no poner. Recordemos la escala: Argentina ya invirtió alrededor de 600 millones de dólares en CAREM y estaba a una distancia corta de completar el prototipo, con proyección de entrada en marcha entre 2028 y 2030. Ese costo marginal para cerrar el círculo era, objetivamente, bajo respecto del valor estratégico del activo creado. Sin embargo, se eligió pararlo. Se eligió romper.

Repitamos por ser clave en términos de management público: el Estado argentino renunció a un proyecto que ya estaba prácticamente capitalizado, y en ese proceso también desmanteló equipos humanos que no se recuperan con plata. Se pierden 230 personas formadas durante décadas, cuadros expertos en nuclear, ingeniería de control, seguridad radiológica, operación de reactores, diseño de sistemas críticos. Es capital humano irremplazable a corto plazo. Es know-how que no vuelve cuando uno llama por teléfono. Es pérdida estructural.

Esto se hace bajo el relato del “superávit fiscal”. El orden fiscal como fetiche. La idea de que todo lo que no da caja ahora mismo es gasto “casta”, “curro”, “verso científico”. Ese es el framing. Pero veamos el verdadero cuadro de situación, sin relato:

  • El CAREM posicionaba a la Argentina en el club más chico y más caro del planeta: el de los países capaces de diseñar y construir reactores modulares pequeños (SMR). Hoy ese tipo de reactor es la gran vedette energética del mundo porque permite escalar potencia eléctrica en módulos, sin necesidad de montar megacentrales. Traducción: países con redes chicas, en África o América Latina (Bolivia, por ejemplo), pueden comprar potencia incremental, limpia, estable y soberana. Eso es mercado directo. Eso es exportación de alta tecnología argentina. Eso es política exterior con poder propio.
  • INVAP, que ya vendió reactores de investigación a Australia, Holanda, Argelia, Egipto y Perú, era el músculo comercial real detrás de esta línea tecnológica. No estamos hablando de una fantasía universitaria. Estamos hablando de una línea exportadora que ya existe, que ya factura, que ya genera credibilidad país en sectores donde no se juega soja sino ciencia dura.
  • El RA-10, otro reactor estratégico para investigación, producción de radioisótopos (medicina nuclear) y exportación tecnológica, también fue puesto en pausa presupuestaria. Eso impacta salud pública. Impacta tratamientos médicos. Impacta proveedores PyME que orbitan el ecosistema nuclear nacional. Lo que venden como “ahorro” es en realidad transferencia de costo a salud, empleo, balanza comercial y prestigio técnico.
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Entonces seamos serios: esto no es austeridad. Es desindustrialización dirigida.

Y es más grave todavía: el programa nuclear argentino tiene más de 80 años de historia, nace en el primer peronismo como estrategia soberana y continuó —con avances, retrocesos, pero continuidad— bajo gobiernos de distinto color político, porque había una idea madre: hay sectores del Estado que son activos estratégicos, no caja chica. Lo nuclear argentino era una de las últimas políticas de Estado que sobrevivía a los cambios de gobierno. Hoy eso está siendo dinamitado.

En management público esto tiene nombre: suicidio competitivo.

El Presidente explica que hay que “romper todo lo anterior” para “liberar fuerzas de mercado”. El problema es que en la industria nuclear nadie serio compra tecnología estratégica de un país que demostró que destruye su talento interno cada cuatro años. El mercado global de tecnología nuclear —y acá hay que hablar en serio, como adultos— se basa en confianza, continuidad, garantía de soporte técnico a 20, 30, 40 años. Si Argentina transmite que no puede sostener ni siquiera la fase final de un prototipo que ya construyó en un 85%, ¿quién va a firmar un contrato de suministro nuclear modular con nosotros a largo plazo? Nadie. Porque compran estabilidad, no humo libertario.

Esto es lo que está en juego: no es solo que paran una obra en Lima (provincia de Buenos Aires) de 18.500 m² de infraestructura nuclear, con su módulo de control, contención, seguridad y operación. Es que se rompe reputación-país. Se rompe marca Argentina en tecnología de punta. Se rompe una cadena de proveedores nacionales que ya estaba calificada para estándares nucleares. Eso no lo armás de nuevo en un semestre. Eso eran 40 años de acumulación.

Y hay un último punto que como país nos tiene que doler en serio.

En el mismo momento en que el mundo vuelve a mirar la energía nuclear —porque el planeta necesita energía estable, baja en carbono y escalable— nosotros decidimos bajarnos voluntariamente de la mesa donde estábamos sentados como jugadores. La Nuclear Energy Agency (agencia nuclear de la OCDE) comparó 21 proyectos de reactores modulares en el mundo y puso al argentino entre los más avanzados en construcción, compitiendo mano a mano con China y Rusia. Estábamos arriba, en la primera línea. Nos bajamos solos. Ésa es la locura.

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Se vendió que “el Estado no puede gastar en ciencia mientras hay pobres”. Pero se oculta que justamente esta ciencia es la que genera empleo de altísima calidad, exportaciones de altísimo valor agregado y capacidad de negociación internacional real. Es exactamente lo que necesitamos para dejar de ser un país pobre que vende materia prima barata y compra tecnología cara. Lo que se frenó no es un lujo ideológico. Es la única escalera disponible.

Esto no es solo un ajuste. Es un mensaje interno: “no hay futuro acá”. Y cuando un gobierno le dice eso a sus mejores cuadros científicos, está hipotecando algo más que una planta nuclear. Está licuando el capital moral de una nación.

Porque hay una línea roja que ningún presidente debería cruzar: la de sabotear deliberadamente las capacidades estratégicas del país que juró defender, hoy la cruzaron.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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