La señal es diáfana: el oficialismo alinea tropas propias para acelerar la “segunda etapa” sin intermediarios. Milei citó a los 51 diputados electos de La Libertad Avanza en Casa Rosada para “alinear criterios políticos y legislativos” de cara a su paquete de transformaciones estructurales; los senadores tendrán su propio cónclave y, llamativamente, el PRO quedó afuera de la foto inicial. También se integran los cambios de gabinete —con Santilli en Interior y Adorni en Jefatura— que recalibran la mesa política para el sprint legislativo. Todo, a una semana del resultado electoral. No es casualidad. Es ejecución.
Qué se está buscando (en términos duros)
- Disciplina legislativa: unificar discurso, ritmo y prioridades del bloque propio para evitar fugas en votaciones sensibles (laboral, tributaria, penal, desregulación del Estado). La exclusión del PRO en el arranque marca que la negociación con aliados será por “expediente” y no por cogobierno.
 - Señal a mercados y multilaterales: mostrar gobernabilidad parlamentaria y pipeline legislativo reduce el “riesgo de ejecución” que hoy pesa sobre cualquier agenda de reformas en Argentina.
 - Trazar el “mapa de veto”: medir resistencias reales (gobernadores, sindicatos, Justicia) y partir la negociación en fases para minimizar costos políticos.
 - Ritmo y coreografía: reuniones separadas de Diputados y Senado, con Interior y la nueva Jefatura de Gabinete en escena, indican que habrá “marcado al hombre” provincia por provincia y sesión por sesión.
 
Qué reformas podrían venir primero (orden lógico de factibilidad)
- Paquetes “ómnibus” recortados: menos anclajes simbólicos, más capítulos con impacto fiscal y de costos (simplificación regulatoria, contrataciones, modernización del empleo privado en tramos, morfología previsional no sistémica).
 - Impositiva incremental: convergencia hacia menos tributos distorsivos y más recaudación por base, no por alícuota, con clausulados anti-litigio y blanqueos sectoriales (con deadlines).
 - Gestión del Estado: tijera sobre estructuras y fondos específicos, más contratos por performance y tech para control del gasto (la silla de Desregulación sigue siendo bisagra aunque Sturzenegger no haya estado en la foto).
 
El tablero político (lectura empresarial, sin eufemismos)
- Estrategia: el oficialismo prefirió control antes que coalición. Es más costoso en votos, pero más predecible en tracción de la agenda.
 - Riesgo: si la economía no convalida con empleo e ingreso disponible, el “mandato reformista” se erosiona y crece el costo de capital político por cada ley.
 - Llave táctica: Interior + bloques provinciales. Si Santilli lee bien las urgencias fiscales de los gobernadores y arma “paquetes espejo” (obra, caja, alivios), el poroteo cierra. Si no, el Senado se vuelve un cuello de botella.
 
Métrica de éxito (KPI políticos y económicos)
- Tiempo-to-Ley: semanas entre dictamen y sanción en capítulos núcleo.
 - Tasa de enmienda: cuánto ceden para aprobar (si supera 30% del texto, la señal pro-inversión se diluye).
 - Puja federal: cantidad de acuerdos bilaterales con provincias indexados a cumplimiento de metas (fiscales y de gestión).
 - Tracción macro: empleo privado formal + salarios reales vs. inflación núcleo. Sin esto, la narrativa pro-reformas se cae por la base.
 
¿Sirve este formato de “cierre de filas”?
En el corto plazo, sí: reduce ruido interno y muestra una línea de mando. En el mediano, abre un dilema: sin socios duros, cada ley exigirá pagar un “peaje” más alto a actores territoriales. Si el paquete llega fragmentado pero bien secuenciado —y la economía acompaña con señales de estabilización—, Milei consolidará capacidad de gobierno. Si no, la épica reformista chocará con la aritmética parlamentaria y la micro de los bolsillos.
Bottom line: El plan avanza porque cambió la gobernanza de la coalición oficialista: menos amplitud, más control, más velocidad. Ahora la incógnita no es si habrá reformas, sino cuántas, con qué alcance y a qué costo político.
