Zohran Mamdani ganó la alcaldía de Nueva York con una plataforma explícitamente pro-trabajo, pro-vivienda y pro-servicios públicos. La noticia no es un simple “cambio de signo”: es la irrupción institucional de una generación que decidió pasar de la protesta a la gestión con una agenda de justicia social y ampliación de derechos. En la ciudad donde nació Donald Trump, la respuesta al miedo, al resentimiento y a la desigualdad llegó con votos jóvenes, participación récord y un mensaje claro: reconectar la política con la vida cotidiana de los que viajan en subte, pagan alquiler y crían hijos.
Mientras tanto, en la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof se consolidó como el contrapeso más serio al experimento ultraliberal argentino. Su victoria del 7 de septiembre —en el distrito que concentra el 40% del padrón— rearmó al campo popular tras meses de ajuste, deterioro salarial y recesión. Kicillof puso a la gestión en modo “terreno”: salarios docentes por arriba del promedio, refuerzo de infraestructura social y seguridad con control civil, y un programa de obra pública que no se rindió a la lógica del “sálvese quien pueda”. Ese resultado, leído en clave política, lo proyecta como referencia nacional de cara a 2027.
El hilo que une ambos fenómenos no es ideológico en abstracto: es ético y material. Mamdani propone congelar alquileres, ampliar guarderías y transporte gratuito, y “devolver el poder a los trabajadores”. Kicillof defiende el salario como ancla de demanda, la obra pública como multiplicador y la escuela como garantía de movilidad social. En los dos casos, la tesis es la misma: el mercado por sí solo no ordena sociedades dañadas; sin Estado activo y comunidad organizada no hay dignidad posible.
También hay un dato generacional: donde el trumpismo y sus derivados venden “libertad” para desregular, esta nueva ola vende pertenencia, seguridad económica y horizonte. Nueva York eligió un alcalde musulmán, hijo de inmigrantes, formado en barrios que llevan décadas soportando gentrificación y precariedad. Buenos Aires provincia reeligió a un gobernador que, sin carpetas judiciales ni enriquecimientos dudosos, compite con el principal activo que hoy valora el electorado: decencia más desempeño. Ambas señales desmienten el fatalismo de “la derecha arrasa para siempre”.
¿Es extrapolable? Cuidado con el voluntarismo. En Estados Unidos, Mamdani navegará el escepticismo de Wall Street y la fragmentación demócrata. En Argentina, Kicillof deberá sostener empleo, crédito productivo y seguridad sin caer en la trampa del ajuste perpetuo. Pero si algo muestran estos “destellos anti-Trump” es que hay demanda social por gobiernos que resuelvan el alquiler, el boleto, el salario y la guardería antes que la “foto con los mercados”. Y que la épica de Francisco —“nadie se salva solo”— dejó de ser homilía para convertirse en programa.
El próximo ciclo se jugará en dos tableros: (1) productividad con inclusión (cadenas de valor, obra pública inteligente, clústeres tecnológicos con empleo formal) y (2) derechos urbanos (vivienda, transporte, cuidados, seguridad democrática). Si Mamdani muestra que el progresismo puede gobernar una megaciudad sin pedir permiso y Kicillof valida que se puede proteger el salario mientras se ordenan cuentas, la curva de aprendizaje del campo popular se acelerará.
Trump y su escuela prometen “orden” vía miedo y castigo. La réplica que asoma —de Queens a Quilmes— promete orden vía previsibilidad económica y comunidad. Ese es el clivaje contemporáneo: no “izquierda vs. derecha”, sino “miedo que achica” vs. “seguridad que incluye”.
El mundo que soñó el papa Francisco —con trabajo digno, techo y tierra— no es una utopía naïf: es un mapa de gestión posible si se alinean políticas públicas, financiamiento y legitimidad democrática. Nueva York y Buenos Aires acaban de trazar, cada una a su modo, una ruta alternativa. Y cuando dos faros encienden al mismo tiempo, la noche deja de ser excusa.
