Por Jorge Lindón // Jamie Dimon bajó el telón de la ilusión. El CEO de JPMorgan deslizó que el crédito de USD 20.000 millones “quizás no sea necesario” y que la “transformación” argentina se consolida recién en un segundo mandato de Milei. Traducción financiera: no hay chequera abierta, hay condicionamientos políticos. El rescate preelectoral existió —vía bancos privados y una señal de Washington—, pero no hubo ingreso neto de divisas que blinde reservas. Es calce de expectativas, no de dólares.
La narrativa del “plan marcha” quedó expuesta. Sin flujo fresco del Tesoro norteamericano, el driver pasa a ser ajuste + reformas con una macro todavía frágil. Las maniobras de emergencia (operaciones puntuales por ~USD 2.000 millones, según trascendidos de mercado) solo patearon la pelota. El sistema quedó sin ancla dura: ni acuerdo integral de fondeo, ni programa anticíclico que amortigüe la recesión.
Si el financiamiento depende de la reelección en 2027, Argentina queda atrapada en una lógica de crash test: aguantar recesión, inflación reprimida en precios regulados y dólar oficial atrasado, a la espera de validación política futura. Con reservas tensas y un crawling peg insuficiente, el guion más probable es una devaluación ordenada por necesidad, no por diseño, con pass-through sobre alimentos y tarifas. El alivio de corto plazo de los activos financieros no paga el changuito.
El ajuste bíblico baja ahora completo a territorio. Provincias sin el “deber ser” del Pacto de Mayo verán recortadas transferencias, obra pública y programas. Municipios sin holgura fiscal quedarán expuestos a una pinza: caída de actividad, morosidad impositiva y mayor demanda social. El colchón de tolerancia —ahorro de los hogares, changas, crédito informal— está fino. La pregunta no es si hay bronca; es cuánto tiempo puede administrarse sin un shock de empleo e ingresos.
El peronismo clásico, los gobernadores y la oposición en su conjunto quedaron hipnotizados por el triunfo libertario y la espuma de mercado. Error de lectura: el votante pidió cambio en su vida cotidiana, no una penitencia infinita. Si la política provincial no se adelanta con programas de empleo intensivo, alivio fiscal selectivo y microcrédito productivo, la fase tres de la recesión traerá cierres, despidos y pobreza dura. El Estado local compitiendo con privados vía sociedades del Estado es un anacronismo que destruye base imponible.
Para la Casa Rosada, el dilema es binario: o consigue fondeo genuino y programático (no parches) o reconoce que sin dólares no hay salida limpia. Para la oposición, el tiempo de los slogans terminó: debe presentar rutas de escape verificables —exportaciones rápidas, encadenamientos regionales, cluster minero-agro-tech, alivio tributario territorial— y hacerlo ya. La gente no compra planes quinquenales; exige experiencias concretas que devuelvan salario real y autoestima.
El sistema político debería leer a Dimon sin indignarse: el mensaje de Wall Street es que la confianza no se terceriza y que el crédito llega cuando el programa cierra en números y en legitimidad social. Hoy no cierra. Persistir con reformas que solo precaricen sin crear demanda de trabajo es suicida: pleno empleo con poder de compra o fracaso.
¿Aguantará el pueblo argentino? No indefinidamente. La gobernabilidad no es un hashtag: se financia con dólares y esperanza. Si no aparecen, el mercado impondrá el próximo movimiento: devaluación. Y entonces quedará claro que el país no necesitaba un verdugo, sino un plan.
