En La Rioja, la diferencia fue mínima, pero Ricardo Quintela entendió el mandato de las urnas y decidió pedir la renuncia a todo su gabinete. No es un gesto teatral: es una señal de gobierno. Cuando el voto te roza, corregís rumbo, limpiás inercias, cambias equipos y reiniciás prioridades. La política, en serio, se mide por la capacidad de reaccionar a tiempo.
En Jujuy, en cambio, la derrota fue contundente y, sin embargo, Carlos Sadir eligió la inercia. Ninguna reconfiguración, ninguna auditoría de gestión, ningún golpe de timón. La impresión dominante es la de un tercer mandato de Gerardo Morales por otros medios: una provincia gobernada por reflejos viejos, con cooptación vertical y un gabinete sin autonomía ni resultados. El mensaje social es otro: “no escuchamos”.
La diferencia entre ambos movimientos no es semántica; es estratégica. Quintela asume costos políticos para recuperar gobernabilidad. Sadir, al sostener el inmovilismo, ahonda el déficit de representación. Jujuy no está para simbolismos: está para decisiones. Y cuando la economía se deprime, el empleo se retrae y las pymes se asfixian, la parálisis no es prudencia: es abandono de funciones.
El votante jujeño no castigó un eslogan: castigó una metodología. Castigó Sociedades del Estado que compiten con el privado, licitaciones concentradas, presión tributaria sobre comercios y emprendedores, y un relato desarrollista que no baja a la economía real. Si después de una paliza electoral la respuesta oficial es “aquí no ha pasado nada”, el costo no se mide en encuestas: se mide en 2027.
Una gestión moderna opera con indicadores, metas y revisiones trimestrales. Si fallan, cambias ejecutores. Si los programas no impactan en empleo y salario, rediseñas. Si la comunicación no explica, abres datos. Nada de eso ocurre. Lo que sí ocurre es la rigidez: un ecosistema político mirándose el ombligo, protegido por un aparato que confunde lealtad con sumisión.
En términos de riesgo-país subnacional, la señal que emite Jujuy es delicada: gobierno sin aprendizaje y débil contrato social. Para inversores, intendencias y proveedores es una alerta: cuando no hay accountability, aumenta el costo del capital y se frenan proyectos. La política que no ajusta su propia performance ajusta a la sociedad.
Quintela, con margen estrecho, mueve el tablero para recuperar iniciativa y reconstituir confianza. Sadir, con margen negativo, elige congelar. A esa asimetría se la llama oportunidad perdida. Y las oportunidades, en ciclos recesivos, no vuelven.
Jujuy necesita oxígeno político inmediato: revisión integral del gabinete, plan de shock para empleo privado (créditos de primera pérdida, alivio fiscal selectivo, ventanilla única productiva), calendario de metas públicas y mesa de crisis con intendentes y cámaras. Sin eso, la narrativa del “orden” devendrá desgaste y el 2027 encontrará a la provincia sin proyecto y sin votos.
No es cuestión de simpatías partidarias. Es gestión vs. excusas. La Rioja mostró que se puede resetear aun con derrota exigüa. Jujuy, con derrota histórica, aún no acusa recibo. La sociedad ya habló; ahora le toca gobernar de verdad.
