Trabajar y seguir siendo pobre: cómo el ajuste convirtió el salario argentino en un castigo diario

Trabajar y seguir siendo pobre: cómo el ajuste convirtió el salario argentino en un castigo diario

En la Argentina de la “motosierra eficiente”, hay una verdad incómoda que ya nadie puede esconder: se puede tener empleo formal, cumplir horario, pagar impuestos… y seguir siendo pobre. El trabajador argentino pasó de ser clase media aspiracional a malabarista de cuentas imposibles, atrapado entre salarios pulverizados e inflación que no afloja.

El Gobierno celebra que la inflación “bajó” a números de un dígito mensual, pero omite un detalle letal: un 3 % mensual en un país devastado no es una buena noticia, es una condena diferida. En septiembre de 2024, el INDEC marcó 3,5 % de inflación y una variación interanual que todavía orbitaba el 200 %, niveles que en cualquier economía seria se considerarían una emergencia absoluta.

Mientras tanto, los salarios corren atrás de los precios como un perro exhausto que jamás alcanza el auto. La CEPAL registró que Argentina fue la única economía de la región donde el salario medio real se contrajo, con una caída cercana al 11 % en el último período analizado, cuando en otros países al menos logró empatarle –como pudo– a la inflación. Es decir: en el vecindario todos sufren, pero acá además vamos para atrás.

Los números en dólares son todavía más brutales. Distintos relevamientos regionales muestran que el salario mínimo argentino se ubica entre los más bajos de América Latina, incluso después de los últimos aumentos nominales. El país que alguna vez se jactó de tener los mejores sueldos del continente hoy discute si el ingreso mínimo alcanza para algo más que alquiler, transporte y una canasta de alimentos cada vez más recortada.

El resultado es un fenómeno que ya tiene nombre técnico: “trabajadores pobres”. Informes recientes advierten que una porción creciente de los ocupados, incluso formales, no logra superar la línea de pobreza, aun trabajando tiempo completo. El empleo dejó de ser garantía de dignidad para convertirse en una especie de suscripción precaria a la sobrevivencia.

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En este contexto, las paritarias son una carrera truqueada. Se firman acuerdos “históricos” que, cuando terminan de pagarse, ya fueron devorados por la inflación acumulada. Los gremios negocian con la soga al cuello: aceptar aumentos por debajo de la suba de precios o exponerse a despidos en masa en una economía en recesión profunda. Muchos terminan cerrando por miedo, no por convicción.

La recesión + inflación –la vieja estanflación que los manuales de economía describen como escenario de terror– ya se siente en cada barrio: persianas bajas, ventas por el piso, changas que desaparecen. El ajuste no sólo licuó salarios, también barrió con la demanda interna, el verdadero motor de cualquier proyecto de país. La plata no alcanza y, cuando alcanza, dura menos.

Detrás de cada dato hay vidas reales: jóvenes calificados que piensan en emigrar, familias que bajan de golpe de prepaga a hospital público, docentes y enfermeros que suman un tercer trabajo, profesionales que se descubren pobres por primera vez. El nuevo mapa social argentino está lleno de “nuevos pobres con recibo de sueldo”, un oxímoron que se volvió paisaje.

Lo más preocupante es el discurso oficial que romantiza el sacrificio y llama “costo necesario” a esta demolición del salario. Se instaló la idea de que primero hay que “ordenar las cuentas” y después, tal vez, vendrá el derrame. Pero sin poder adquisitivo no hay mercado interno, sin mercado interno no hay inversión productiva, y sin inversión productiva no hay futuro. No es un plan de estabilización: es una licuadora social.

Si trabajar ya no garantiza salir de la pobreza, el contrato básico entre Estado, empresas y ciudadanía está roto. La discusión que viene no es técnica sino política y ética: o la Argentina reconstruye un modelo donde el salario vuelva a ser el corazón del crecimiento, o seguirá expulsando talento, destruyendo clase media y fabricando millones de frustrados con uniforme de empleado registrado.

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