Día de la Soberanía Nacional: izamos la bandera mientras entregamos la economía en cuotas

Día de la Soberanía Nacional: izamos la bandera mientras entregamos la economía en cuotas

Perico Noticias // El 20 de noviembre de 1845, en una curva angosta del Paraná llamada Vuelta de Obligado, un país sin Estado nacional formal, con cañones viejos y cadenas cruzando el río, decidió decirle “no” a las dos potencias más grandes del planeta: Gran Bretaña y Francia. Juan Manuel de Rosas al mando político, Lucio Norberto Mansilla en el frente de batalla, gauchos, milicianos, mujeres municionando y curando heridos.

La flota anglo-francesa ganó tácticamente la batalla, pero el costo fue tan alto que terminó reconociendo, por tratado, la soberanía argentina sobre sus ríos interiores. De ahí nace, más de un siglo después, la ley que declaró el Día de la Soberanía Nacional.

De las cadenas en el Paraná a las cadenas financieras

En 1845, las cadenas estaban visibles: tensos eslabones de hierro cruzando el río, tratando de frenar la navegación extranjera. Hoy las cadenas son otras:

  • Swaps, deuda, condicionalidades y “acuerdos de estabilización” que hacen que Estados Unidos y los organismos que domina definan el ancho de nuestra política económica.
  • Convenios comerciales, inversiones dirigidas y proyectos “llave en mano” que convierten a China en el actor decisivo de nuestro horizonte productivo, desde la soja y el litio hasta las represas y los parques solares.

Ayer peleábamos para que no navegaran sin permiso por el Paraná. Hoy festejamos si el Tesoro estadounidense habilita un tramo de financiamiento o si una empresa china decide instalar una planta de ensamblaje que trae todo importado, desde la máquina hasta el algoritmo.

La pregunta incómoda es simple:
¿Qué soberanía conmemoramos cuando la tasa de interés se define en Washington y la estrategia industrial en Pekín?

Del “no pasarán” al “pasen, acomódense, ¿quieren recursos, puertos o ambos?”

En Vuelta de Obligado, Rosas y Mansilla dijeron, con todas las limitaciones de su época:

“Por acá no pasan sin reconocer nuestra autoridad”.

Les costó muertos, destrucción y una derrota táctica, pero lograron algo clave: obligaron a las potencias a negociar y a firmar que esos ríos no eran libres para quien quisiera, sino argentinos.

En el siglo XXI el libreto se invirtió:

  • A Estados Unidos se lo recibe como garante de “estabilidad”: rescata reservas, apoya negociaciones, respalda gobiernos… pero a cambio de alineamiento geopolítico y reformas a medida.
  • A China se la señala como “socio estratégico”: compra nuestros granos, carne y minerales, financia obras de infraestructura… pero hunde a buena parte de la industria local con su productividad imbatible y su escala descomunal.
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La ironía es perfecta para este 20 de noviembre:
resistimos cañones de 24 y 36 libras para terminar arrodillados frente a curvas de rendimiento, balanzas comerciales negativas y algoritmos de scoring financiero.

Soberanía en el discurso, dependencia en la práctica

Los comunicados oficiales hoy hablarán de:

  • “Defensa irrestricta de la soberanía”.
  • “Decisiones autónomas”.
  • “Proyecto de país independiente en el concierto de las naciones”.

Pero la realidad es bastante menos épica:

  • El tipo de cambio, la política monetaria y buena parte del margen fiscal se discuten con acreedores externos antes que con el Congreso.
  • La matriz productiva sigue atada a exportar naturaleza barata e importar tecnología cara, una versión prolija del mismo colonialismo que enfrentamos en el siglo XIX.

Celebramos a Mansilla, pero aceptamos que nuestras decisiones estratégicas se tomen en inglés o en mandarín. Brindamos por las cadenas que cruzaban el Paraná, mientras pagamos religiosamente las nuevas cadenas invisibles de la dependencia.

El norte épico que perdimos

La Vuelta de Obligado no fue solo una batalla. Fue una declaración brutal de intenciones:

“Somos pobres, estamos divididos, nuestra artillería es vieja, pero estos ríos son nuestros”.

Ese gesto encendió algo que San Martín, ya viejo y exiliado en Francia, supo ver con claridad: la importancia de resistir aun en inferioridad, para que el mundo entendiera que estas tierras no eran un pasillo libre.

Hoy, el norte épico podría ser otro:

  • Decidir qué producimos, para quién y en qué condiciones.
  • Definir un plan de mercado interno robusto, que no dependa exclusivamente de venderle soja a China o conseguir dólares de emergencia en Estados Unidos.
  • Negociar con todos, pero desde una agenda propia, no como premio consuelo en la disputa entre imperios.

En vez de eso, hemos perfeccionado una habilidad muy argentina: ser colonia de alta complejidad, con discurso de independencia y práctica de subordinación.

¿Qué tendría sentido celebrar hoy?

Si quisiéramos honrar el espíritu de la Vuelta de Obligado y no solo su estampita, el Día de la Soberanía Nacional debería convertirse en:

  • Una jornada para auditar nuestro grado real de autonomía: financiera, tecnológica, alimentaria, energética.
  • Un momento para preguntarnos qué cadenas de hoy son tan visibles como aquellas que el Paraná partió, y cuáles son peores porque no se ven.
  • Un disparador para discutir en serio un proyecto de país que no sea ser proveedor barato de recursos para China ni simple pieza de contención en la estrategia de Estados Unidos.
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Mientras tanto, seguiremos cada 20 de noviembre colocando flores en los monumentos, repitiendo discursos épicos sobre Rosas y Mansilla, y volviendo el lunes a un esquema donde nuestro margen de decisión se mide en puntos de tasa y toneladas de soja FOB.

La historia tiene sentido cuando sirve de espejo incómodo.
Si solo la usamos para actos escolares, lo que conmemoramos no es soberanía:
es la elegancia con la que aprendimos a justificar nuestra dependencia.

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