La república de las tobilleras y los papeles truchos
Argentina se acostumbró a lo inaceptable. Un país donde ex presidentes y ex altos funcionarios desfilan por los tribunales, con condenas por corrupción no firmes, causas eternas y discusiones técnicas sobre prisiones domiciliarias y tobilleras electrónicas, mientras nadie devuelve un peso. La postal es obscena: no es una anomalía, es el sistema funcionando como fue diseñado. Una cleptocracia con sello legal.
El caso del megacrédito del FMI durante el macrismo –el mayor préstamo de la historia del organismo, hoy investigado bajo la causa conocida como FMIgate– es el manual completo de cómo se usa al Estado como caja electoral: se saltearon pasos institucionales, no se respetó el propio estatuto del Fondo y se endeudó al país por generaciones para sostener una campaña política, tal como luego reconocieron incluso funcionarios ligados a la administración Trump.
La factura de ese experimento todavía la pagan los argentinos con inflación, ajuste permanente y un Estado quebrado.
El “cambio” libertario que huele a viejo
El recambio político prometía una “casta” jubilada. Pero el estreno del gobierno libertario mostró, demasiado rápido, las mismas manchas de siempre.
La Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), que debería ser sinónimo de cuidado y transparencia extrema, quedó bajo la lupa por denuncias de contratos irregulares, manejos oscuros y designaciones cuestionadas, al punto de motivar investigaciones y pedidos de intervención. Convertir la discapacidad en negocio político es, quizás, uno de los niveles más bajos a los que puede descender una dirigencia.
En paralelo, el llamado “caso cripto” y los esquemas financieros opacos asociados a funcionarios del oficialismo completan el cuadro de un gobierno que llegó prometiendo “motosierra a la corrupción” pero que ya exhibe sus propias zonas grises.
Y para coronar el despropósito, el ministro de Economía primero deja correr –y explotar mediáticamente– la versión de un préstamo salvador de USD 20.000 millones de la banca internacional… y luego sale a decir que “nunca se pidió”. El mercado no le cree; los ciudadanos, menos. El país entero queda otra vez rehén de operaciones de humo donde los anuncios sirven más para impactar en encuestas que para reconstruir reservas o resolver la recesión.
Cleptocracia 360°: todos prometen, nadie rinde cuentas
El patrón se repite con una precisión siniestra:
- Un gobierno usa la deuda como chequera electoral.
- Otro construye poder sobre una red de obra pública, subsidios y contratos que derivan en condenas por corrupción y enriquecimiento ilícito.
- El siguiente se envuelve en la bandera anticasta mientras reproduce prácticas de opacidad, amiguismo y relatos financieros de dudosa veracidad.
La cleptocracia argentina no es patrimonio de un partido ni de un líder. Es una matriz: usar el Estado para saquear recursos presentes y futuros, blindarse con fueros, dilatar causas en Comodoro Py, negociar impunidades cruzadas y sostener la farsa con marketing político.
Mientras tanto, la sociedad paga en tres planos:
- Costo social: pobreza crónica, jubilaciones de hambre, servicios públicos colapsados.
- Costo de oportunidad: décadas perdidas donde esos miles de millones podrían haber sido infraestructura, educación, ciencia, desarrollo productivo.
- Costo institucional: descreimiento total en la democracia, voto bronca y auge de soluciones mágicas que sólo reciclan el problema.
La patología de la mentira oficial
Lo más corrosivo no es sólo el robo: es la mentira sistemática.
- Se prometen créditos gigantes que “ya están casi cerrados”. Cuando se caen, se niega que hayan existido.
- Se habla de “reestructurar el Estado” mientras se multiplican cargos, asesores y cajas en la periferia del poder.
- Se jura “tolerancia cero a la corrupción” y, al primer escándalo, aparece el manual clásico: negar, minimizar, culpar a algún “funcionario menor” y seguir adelante.
La mentira se vuelve patológica porque ya no es táctica electoral: es la manera de gobernar. Se administra la expectativa, no la realidad. Se gestiona la agenda mediática, no las cuentas públicas. Se privilegia el tuit por sobre el decreto, el slogan por sobre el plan.
Más controles, menos relato: el día que la factura llegue de verdad
La cleptocracia no se quiebra con discursos moralistas ni con nuevas épicas salvadoras. Se quiebra con control real:
- Presupuestos abiertos y trazabilidad digital de cada contrato.
- Auditorías técnicas independientes con publicación obligatoria y sanciones efectivas.
- Juicios abreviados para corrupción con devolución de bienes y prohibición de por vida para ejercer cargos.
- Participación social en el seguimiento de las grandes decisiones de deuda, gasto e inversión.
Cada peso que se va en sobreprecio, caja negra o préstamo fantasma es un aula que no se construye, un hospital que no se equipa, una PyME que no se financia. Es tiempo de empezar a contar la corrupción no sólo en millones de dólares, sino en vidas rotas y futuros que no serán.
El límite no es judicial, es social
La justicia argentina ha demostrado, una y otra vez, que se mueve más por correlación de fuerzas que por vocación republicana. No hay demasiadas esperanzas ahí.
El verdadero límite está en la sociedad: en cuánto más está dispuesta a tolerar. Cuando la cleptocracia se normaliza, el país entero se convierte en un campo arrasado: la gente honesta emigra, el talento se refugia en la informalidad o en el extranjero y la política queda en manos de quienes mejor mienten, no de quienes mejor gestionan.
No hay democracia sostenible cuando la sensación dominante es que “todos roban y nadie paga”. En esa pendiente resbaladiza la república se vuelve una marca vacía, una escenografía de instituciones huecas donde la única ley verdadera es la de la impunidad.
Si algo debe quedar claro es esto:
la cleptocracia no es un exceso del sistema; es el sistema tal como está hoy diseñado.
Y o se lo rompe con controles reales, castigos ejemplares y participación ciudadana sostenida, o Argentina seguirá repitiendo su tragedia favorita: cambiar de verdugo para no cambiar de jaula.
