Mientras Wall Street juega ruleta con la inteligencia artificial y las criptomonedas, la clase media del mundo se desliza hacia la precariedad permanente. No es una guerra entre “mercado vs. Estado”, sino entre una élite que privatiza ganancias y socializa pérdidas, y una mayoría que solo ve recortes, impuestos y deudas. Perico Noticias propone otra salida: activos digitales públicos, control ciudadano en tiempo real y presupuestos abiertos para que la tecnología deje de ser látigo de las mayorías y se convierta en su escudo.
Durante 40 años la economía global se construyó como un gran casino. Los centros financieros del norte convirtieron la volatilidad en modelo de negocios, empaquetaron riesgos, los vendieron como oro en polvo y cuando las burbujas estallaron, miraron al Estado para salvar la mesa de juego. Cada crisis tuvo siempre el mismo perdedor: la clase media. La que paga impuestos, la que sostiene el consumo, la que no tiene paraísos fiscales ni billeteras en Suiza. Esa clase media hoy está agotada, desconfiada y furiosa.
La novedad de esta década es que la apuesta se trasladó al terreno tecnológico. Inteligencia artificial, datos masivos y criptomonedas se venden como la nueva frontera del progreso, pero el patrón se repite: unos pocos concentran infraestructura, información y poder de cómputo; el resto solo ve precios que suben, servicios que se encarecen y empleos que se vuelven frágiles. La “revolución digital” que prometieron como emancipación terminó, en demasiados casos, reforzando viejas desigualdades con herramientas nuevas.
Las democracias occidentales quedaron atrapadas en una falsa dicotomía. De un lado, el relato del mercado absoluto que pide menos regulación pero exige rescates millonarios cuando pierde. Del otro, Estados gigantes, opacos, capturados por castas políticas que administran presupuestos como botín electoral. El resultado es conocido: déficit crónicos, servicios colapsados y una clase media que siente que trabaja cada vez más para recibir cada vez menos. No es ideología, es experiencia cotidiana.
La salida no es destruir el Estado ni sacralizar el mercado. La salida es cambiar quién controla el poder real: el de la información y el dinero público. Hoy es técnicamente posible que cada peso de impuestos se convierta en un activo digital trazable, visible para cualquier ciudadano desde su celular. Que los presupuestos se sigan en tiempo real, como se sigue un envío por correo. Que un vecino de Jujuy, de Buenos Aires o de Madrid pueda ver cuánto entra, en qué se gasta, quién firma y qué impacto tiene en su barrio. No hablamos de ciencia ficción: hablamos de voluntad política.
La democracia digital no es votar por una app cada dos años; es gobernar con datos abiertos todos los días. Es que los contratos de obra pública, las compras del Estado, los subsidios y los programas sociales estén tokenizados y auditados por la comunidad, no solo por un Tribunal de Cuentas que siempre llega tarde. Es que los contribuyentes pasen de ser “pagadores pasivos” a ser accionistas de lo público, con derecho a información granular, alertas automáticas y veto social frente al desvío de fondos.
En el capitalismo de casino, la tecnología se usa para correr más rápido que la ley. En la democracia digital que proponemos, la tecnología se usa para que la ley alcance, vea y frene a quienes viven del atajo. Eso implica romper con la cultura del “arreglo”, del sobre cerrado, del despacho en penumbras. Implica aceptar que el poder ya no puede ser un club cerrado de apellidos, consultoras y lobbies. Requiere un liderazgo nuevo, transversal, que entienda que el verdadero capital estratégico no es el contacto en el ministerio, sino la confianza social.
La clase media global está lanzando un mensaje silencioso pero brutal: sin transparencia radical, se acabó el crédito político. No habrá pacto social posible si los ciudadanos sienten que siempre pagan la cuenta del banquete ajeno. Por eso, el debate de época no es si la inteligencia artificial destruye empleos o si las criptos son buenas o malas. El debate de época es quién se apropia del valor creado por esas tecnologías y bajo qué reglas se redistribuye.
Perico Noticias se posiciona en esa grieta profunda: la que separa a las mayorías productivas de las minorías extractivas. Apostamos por un modelo donde los impuestos se conviertan en activos digitales comunitarios; donde la corrupción no pueda esconderse detrás de un PDF mal escaneado; donde la clase media, aquí y en cualquier país, deje de ser carne de ajuste y recupere su papel histórico: motor de estabilidad, innovación y movilidad social. Del capitalismo de casino a la democracia digital hay un camino. No es cómodo para la casta, pero es el único que puede devolverle sentido a la palabra futuro.
