“La casta provincial al desnudo: empleo público infinito, inversión cero y jóvenes exiliados”

“La casta provincial al desnudo: empleo público infinito, inversión cero y jóvenes exiliados”

En Jujuy el presupuesto no está “desaparecido”: tiene nombre, apellido y sello. Está sentado en escritorios que nadie controla, en direcciones que nadie conoce, en organismos que se crean para “contener” militantes y parientes, no para resolver problemas. La casta provincial convirtió la administración pública en una red de autoprotección, no en una herramienta de desarrollo. Mientras tanto, el sector privado mira la película desde la tribuna, pagando impuestos caros para financiar una estructura estatal que no le devuelve ni seguridad, ni crédito, ni infraestructura.

El resultado está a la vista: comercios que aguantan a fuerza de fiado, pymes que se descapitalizan para pagar cargas impositivas inviables, profesionales jóvenes que hacen las valijas porque el mejor proyecto que les ofrece su provincia es un contrato basura o un escritorio sin funciones reales. El discurso oficial habla de “empleo” mientras lo que se multiplica no es el trabajo productivo, sino el empleo administrativo improductivo. Es plan encubierto con recibo de sueldo estatal.

La casta provincial construyó un modelo perfecto… para sí misma. Empresas del Estado oscuras, sin balances accesibles para la ciudadanía, sin tableros de control, sin auditorías abiertas. Directorios que se renuevan entre amigos, mientras las inversiones reales brillan por su ausencia. Los grandes anuncios se hacen en conferencias de prensa; los grandes fracasos se esconden en expedientes y decretos reservados. El costo de oportunidad es brutal: cada peso que se va en sostener estructuras políticas ineficientes es un peso menos en parques industriales reales, créditos productivos, tecnología, turismo o economía del conocimiento.

A esto se le suma una presión tributaria esquizofrénica: Ingresos Brutos altos, tasas municipales que se multiplican, sellos, habilitaciones, “contribuciones especiales” y una maraña de rentas provinciales y locales que exprimen al contribuyente formal mientras la política se reserva todas las excepciones. El mensaje es clarísimo: producir en blanco es un deporte de riesgo, vivir del Estado es un negocio razonable. Esa ecuación no cierra en ningún lado, menos en una provincia periférica que necesita competir, atraer capital y retener talento.

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El drama mayor no es sólo económico, es generacional. Jujuy está exportando a sus mejores jóvenes: los que estudian, se forman, emprenden, piensan distinto. No se van sólo por el salario: se van porque no ven horizonte. Porque entienden que en un sistema donde el mérito vale menos que el carnet, la única promoción posible es la fuga. La casta, encerrada en su propia burbuja de reuniones, viáticos y actos protocolares, sigue administrando los restos de la provincia como si el éxodo juvenil fuera un dato de color, no una alarma existencial.

Salir de este feudo administrativo exige un giro de 180 grados. Primero, transparencia radical: cada cargo, cada contrato, cada peso ejecutado debe estar visible en una plataforma pública, trazable desde el celular por cualquier vecino. No más planillas de Excel encerradas en oficinas: tableros abiertos en tiempo real, con nombre, función y costo de cada área y de cada organismo. Lo que no se puede mostrar, no se debe financiar.

Segundo, reconversión del empleo público: el Estado no puede seguir siendo un depósito de lealtades políticas. Hay que auditar funciones, medir productividad, profesionalizar la carrera administrativa y, al mismo tiempo, volcar recursos hacia donde la provincia se juega el futuro: infraestructura logística, educación del siglo XXI, conectividad, turismo sostenible, industrias culturales, economía verde, tecnología aplicada al agro y a la minería con valor agregado local. Menos sillas vacías, más proyectos concretos.

Tercero, un nuevo pacto con la clase media y los independientes: sin ellos no hay recaudación, no hay consumo, no hay mercado interno. El mensaje tiene que ser claro: cada impuesto se transforma en un activo comunitario visible, con trazabilidad digital y control ciudadano. Menos relato y más métricas: cuántos kilómetros de red de agua, cuántos créditos productivos otorgados, cuántas viviendas terminadas, cuántas empresas nuevas abiertas. Si el sistema no devuelve resultados medibles, la confianza se quiebra y con ella se cae cualquier gobierno, sea del color que sea.

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Jujuy no está condenada a seguir siendo un feudo administrativo disfrazado de provincia moderna. Pero para cambiar el rumbo, hace falta algo más que slogans y marketing político: hace falta coraje para desarmar la casta que vive del presupuesto, reducir privilegios, cerrar organismos inútiles y devolverle a la ciudadanía el timón de su propio destino. La alternativa es conocida: más empleo público ficticio, menos inversión real, más jóvenes exiliados. Y una provincia cada vez más vacía, sostenida por un Estado cada vez más lleno… de sí mismo.

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