“Se cayó el salvavidas y viene la ola: Milei corre detrás de 4.000 millones mientras la corrida ya empezó en la calle”

“Se cayó el salvavidas y viene la ola: Milei corre detrás de 4.000 millones mientras la corrida ya empezó en la calle”

El “rescate” que se prometió como llave mágica para estabilizar a la Argentina terminó en una escena conocida: promesas grandilocuentes, celebraciones anticipadas y, a la hora de la verdad, la billetera cerrada. Lo que se anunció como un paquete de 20.000 millones de dólares con bancos como JP Morgan, Citi y Bank of America, hoy se reduce —en el mejor de los casos— a una negociación desesperada por unos 4.000/5.000 millones para pasar enero y evitar otro papelón de default técnico.

En los hechos, Milei no consiguió un plan de financiamiento para reconstruir la economía, sino apenas la chance de patear la pelota un par de metros más adelante. Los bancos privados, que no son ONG ni clubes de fans libertarios, exigieron lo obvio: garantías. Y ahí apareció la verdadera foto del país: una economía en recesión profunda, reservas netas negativas, riesgo país altísimo y un historial de impagos que nadie serio puede ignorar. Resultado: nada de 20.000 millones “para crecer”, apenas plata corta para que Argentina pague vencimientos y siga respirando con respirador prestado.

Mientras tanto, el Tesoro de Estados Unidos hace política para adentro. Donald Trump y su entorno usan el caso argentino como herramienta electoral: hablan de “apoyar a Milei” y “defender la libertad” mientras les venden a los agricultores norteamericanos el cuento de que la carne y la soja argentinas no van a arruinarles el negocio. El mensaje es claro: si Milei obedece la agenda de Washington, hay swap, dólares y foto. Si no, se corta la manguera. No es una alianza entre iguales, es una relación de dependencia financiera disfrazada de épica libertaria.

En ese contexto, el gobierno corre contra el reloj. En enero vencen alrededor de 4.000 millones de dólares en deuda y el Banco Central no tiene margen. Sin un préstamo de emergencia, las alternativas son escasas y todas tóxicas: usar lo que queda de reservas, avanzar sobre depósitos en dólares (aunque juren que no), seguir licuando con inflación o tensar al máximo los tipos de cambio financieros. Cada una de esas salidas tiene un costo directo en la vida cotidiana de la gente, porque cualquier movimiento sobre el dólar en Argentina se traduce casi de inmediato en precios.

  Moreira lleva la voz del interior al Congreso: “La Argentina se reconstruye desde el municipio, no desde los escritorios de Buenos Aires”

¿Cómo se ve todo esto en el día a día? Más simple de lo que parece: el comerciante que no sabe a cuánto le van a remarcar la mercadería la semana que viene y prefiere no vender; el proveedor que cotiza en 24 horas porque no puede ponerle número a un mes; el alquiler que se renegocia cada tres o seis meses con aumentos intolerables; el salario que se ajusta siempre por detrás de la inflación; el crédito que desapareció del mapa para la clase media. Esa es la corrida verdadera: la corrida contra el tiempo que hace la familia promedio para llegar al fin de mes.

La historia reciente ya nos dio el mapa: cuando el dólar oficial se sostiene con alambres y promesas, el mercado paralelo empieza a moverse solo. No hace falta una noticia estridente para desatar el miedo: alcanza con que fracase un préstamo, se filtre que los bancos dudan, suba el riesgo país y aparezcan dudas sobre cómo se van a pagar los próximos vencimientos. En ese escenario, el reflejo defensivo de cualquier argentino entrenado en crisis es obvio: dolarizar lo que puede, adelantar compras si le alcanza, o directamente dejar de consumir salvo lo imprescindible.

El discurso oficial sigue insistiendo en que “lo peor ya pasó”, que el ajuste era inevitable y que el sacrificio va a tener premio. Pero la economía real cuenta otra cosa: la pobreza sube, la clase media se achica, los jubilados retroceden décadas y los trabajadores formales ven licuarse su poder adquisitivo mientras el sistema financiero define si nos presta unos miles de millones más, no para crecer, sino para que el gobierno no haga default en 60 días. Es la economía de la soga al cuello, administrada desde afuera y legitimada por un relato que ya no convence ni a los propios votantes libertarios.

Lo más grave es que este modelo nos deja atrapados en una trampa: más ajuste para “ganar confianza”, más recesión por falta de consumo e inversión, más dependencia de los bancos que, cada vez que renuevan un repo o un préstamo puente, exigen nuevas concesiones. Sin un plan de desarrollo productivo, sin una estrategia para generar dólares genuinos y sin una política que defienda el mercado interno, cada nuevo crédito no es un puente hacia el futuro, sino un nuevo candado en la puerta del presente.

  “Nos usan para la foto y condenan a nuestros pibes: Velázquez desnudó en el Congreso la inmoralidad de un sistema que descarta a la juventud del interior”

Lo que viene en el cortísimo plazo es una agenda marcada por la incertidumbre: negociaciones frenéticas con bancos, posibles tensiones cambiarias cuando reabra el mercado, inflación todavía alta y una sociedad agotada que ya no compra el libreto de la “fiesta populista” como explicación de todo. El verdadero examen no lo tomarán ni Wall Street ni Washington: lo tomará la calle. Si en los próximos meses no aparece una mejora visible en la vida diaria —precios, salarios, laburo, servicios— la paciencia social se va a agotar mucho antes que los plazos de cualquier préstamo.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *