Monterrico tuvo otra prueba de fuego y la superó con holgura. La nueva feria de manteros volvió a explotar de gente este domingo, ratificando que el movimiento estratégico impulsado por el intendente Luciano Moreira no sólo fue acertado, sino que se consolida como un giro estructural en la forma de entender el comercio popular en la ciudad tabacalera.
Lo que hace apenas unas semanas era una apuesta audaz —sacar los puestos de la calle para ordenar la circulación y reubicar a los vendedores en un predio específico— hoy se ve como sentido común urbano: los vecinos caminan seguros, los puesteros venden mejor y la ciudad gana un nuevo polo recreativo con identidad propia.

La clave del éxito es visible a simple vista. El municipio invirtió en iluminación potente, enripiado de pasillos, limpieza permanente y presencia de control municipal y policial. Donde antes había riesgo, barro y desorden, ahora hay un corredor comercial ordenado, con familias recorriendo puestos, jóvenes buscando ofertas y comerciantes que pueden exhibir su mercadería sin miedo a que el clima o la oscuridad les arruinen el día.
El resultado es doble: por un lado, la ciudad recuperó calles que estaban saturadas y peligrosas; por otro, la feria ganó escala y calidad. Hoy el nuevo predio funciona como un shopping a cielo abierto popular, donde conviven ropa usada, calzado, juguetes, herramientas, gastronomía y pequeños servicios, todos con el diferencial que más valora el consumidor en tiempos de recesión: buenos precios y trato directo.

También hay un mensaje político claro: Monterrico eligió el orden con inclusión, no el desorden disfrazado de “defensa del pueblo”. El municipio no corrió a nadie; organizó, acompañó e invirtió. Los manteros, lejos de ser enemigos, se convirtieron en socios estratégicos de un modelo de desarrollo local que busca que el dinero quede en la ciudad y circule entre vecinos.

Cada domingo exitoso refuerza esa alianza. Cuanto más se consolida la feria, más se fortalece la idea de que Monterrico puede ser un nodo comercial regional, no sólo por su historia tabacalera, sino por la capacidad de innovar en la gestión del espacio público. El mensaje a las demás ciudades es contundente: se puede ordenar sin reprimir y se puede crecer sin expulsar a quienes viven del trabajo informal.

El desafío que viene es sostener la vara alta: seguir mejorando infraestructura, sumar promoción turística, incorporar herramientas digitales básicas para los feriantes y, sobre todo, cuidar que el nuevo orden no retroceda frente a la tentación de volver al caos cómodo. La experiencia de estos domingos demuestra que cuando el Estado toma decisiones claras y las cumple, la sociedad responde.
Monterrico ya lo entendió: la nueva feria de manteros no es un parche coyuntural, es el corazón de un modelo de ciudad que apuesta al trabajo, al orden y a la seguridad como motores de futuro.
