“Pirámide social en ruinas: el ‘laboratorio libertario’ convirtió a la clase media en especie en extinción”

“Pirámide social en ruinas: el ‘laboratorio libertario’ convirtió a la clase media en especie en extinción”

La discusión sobre cuánta gente es clase media en la Argentina volvió al centro de la escena con las últimas pirámides de ingresos que circularon en TV: en la cúspide, una minoría con sueldos de fantasía; en la base, millones de hogares que, aun trabajando, no logran escapar de la pobreza.

Más allá de los detalles metodológicos, la foto tiene una brutalidad difícil de maquillar: el “experimento libertario” prometía ordenar la macro y liberar fuerzas productivas. Un año después, la macro sigue frágil, la recesión se profundiza y la microeconomía de los hogares está directamente en terapia intensiva.

La trampa de las “clases” medidas solo por el bolsillo

En la pirámide difundida se usa un ingreso familiar neto para segmentar:

  • “Clase alta” con varios millones mensuales,
  • “clases medias” por encima de la línea de pobreza,
  • “clase baja” hundida en ingresos que no alcanzan ni para la canasta básica.

El problema no es medir: es qué se pretende ocultar.
Si se mira solo el ingreso nominal sin ajustar por inflación, tarifas, alquileres, medicamentos y alimentos, se construye una ficción estadística donde una familia que apenas paga el alquiler y llega raspando a fin de mes aparece como “clase media”. En la vida real, se parece más a una pobreza con tarjeta de débito que a la clase media que conocimos durante décadas.

La Argentina siempre se narró a sí misma como un país de clase media. Hoy, esa identidad está siendo pulverizada por una combinación de recesión, caída del salario real, precarización y tarifas dolarizadas. Y aquí aparece el punto político: esta situación no es un accidente, es la consecuencia lógica del programa económico.

El fracaso visible del “shock libertario”

El gobierno libertario construyó su relato sobre tres promesas:

  1. Ordenar la macro.
  2. Bajar la inflación.
  3. Traer inversiones y crecimiento.

En los hechos:

  • La recesión se profundizó, con derrumbe del consumo y cierres de pymes.
  • La inflación se “contiene” a costa de licuar salarios, jubilaciones y gasto social, no por virtuosismo productivo.
  • Las inversiones productivas brillan por su ausencia; lo que llegó son flujos financieros especulativos de corto plazo.

En ese contexto, la pirámide de clases se vuelve un arma de marketing: se insiste en que “todavía hay clase media”, como si bastara con nombrarla para que exista. La realidad es otra: cada tarifazo, cada ajuste sobre educación, salud o transporte expulsa miles de familias hacia la base de la pirámide.

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Clases sociales: mucho más que una foto de ingresos

Hablar de clases no es solo hablar de plata. Es hablar de:

  • Estabilidad laboral: contratos, indemnizaciones, derechos. La reforma laboral que impulsa el gobierno apunta a abaratar despidos, precarizar ingresos y facilitar reemplazos. Eso erosiona la capacidad de negociación de los trabajadores y consolida una estructura social más desigual.
  • Acceso efectivo a derechos: educación de calidad, salud, transporte, conectividad. El ajuste sobre el Estado recorta justamente esas palancas que le permitían a un pibe de barrio soñar con ser profesional.
  • Movilidad social: la posibilidad de que tus hijos vivan mejor que vos. Hoy, la movilidad social ascendente está bloqueada; lo que crece es la movilidad descendente: profesionales que bajan de categoría, jubilados empobrecidos, comerciantes que cierran y pasan a engrosar la informalidad.

La reforma laboral “solo para nuevos contratos” no es inocua: los jóvenes que hoy terminan la escuela o la universidad serán los primeros en entrar a un mercado de trabajo con menos derechos y salarios más bajos. Es decir: aunque no sea retroactiva, la reforma es retroactiva sobre el futuro de los que hoy están en el aula.

El experimento que licúa futuro

La promesa oficial es clara: soportar ahora un ajuste brutal para disfrutar mañana de una economía floreciente. Pero mientras el “mañana” nunca llega, la realidad es que:

  • El salario real cae,
  • la pobreza sube,
  • la informalidad se consolida como regla,
  • y la pirámide social se deforma hasta volverse un trapecio donde la base sostiene todo el peso del ajuste.

El discurso libertario bautiza “costo laboral” a lo que en realidad son condiciones mínimas de dignidad: vacaciones pagas, aguinaldo, indemnizaciones, convenios. Y presenta como “mérito” la supervivencia en un ecosistema sin reglas, donde el más fuerte gana y el más débil se descarta.

No es casual que las mediciones oficiales eviten discutir en serio algo incómodo: ¿qué proporción de los argentinos puede hoy vivir exclusivamente de su trabajo, sin endeudarse, sin rifar ahorros, sin depender de ayuda familiar o estatal? Si respondemos honestamente, la pirámide se derrumba.

Una editorial incómoda, pero necesaria

La foto de las clases en la Argentina no es una pirámide de PowerPoint: son personas que dejan de comprar carne para pagar la luz, docentes que hacen doble turno para no caer en la pobreza, comerciantes que rezan por llegar al alquiler.

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El gobierno libertario fracasó en lo básico: hacer que la economía funcione para la gente común. En lugar de reconocerlo, construye historias de éxito sobre una minoría que puede dolarizar ahorros y jugar en la timba financiera, mientras la mayoría mira desde abajo cómo su lugar en la pirámide se desmorona.

Si algo muestran estos datos es que el debate ya no es técnico, es político y moral:

  • ¿Queremos un país donde la “clase media” sea una marca vacía para justificar ajustes interminables?
  • ¿O vamos a discutir en serio un modelo que vuelva posible lo que la Argentina supo ser: una sociedad donde trabajar, estudiar y esforzarse tenía sentido porque el futuro no era una promesa rota?

Mientras esa discusión no se dé con honestidad, cada nueva pirámide de clases será apenas eso: un gráfico prolijo para esconder una realidad dolorosa.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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