Argentina se muerde la cola: Presupuesto “motosierra”, rosca vieja y un país que se apaga por cansancio

Argentina se muerde la cola: Presupuesto “motosierra”, rosca vieja y un país que se apaga por cansancio

En la Argentina de hoy, el deterioro ya no se explica sólo por la macroeconomía: se explica por la repetición. Se repite la escena, se repite el libreto, se repite el desgaste. Y lo peor: se repite la sensación social de que después de dos años de esfuerzo ciudadano —pagar, aguantar, recortar, “poner el hombro”— el túnel no trae luz, trae otra curva.

El tratamiento del Presupuesto 2026 se convirtió en el espejo perfecto de esa decadencia: una ley central para ordenar expectativas, estabilizar reglas y dar previsibilidad, usada como campo de batalla, como herramienta de presión y como “prueba de fe” ideológica. Y cuando un presupuesto necesita fe, es porque no cierra con números.

El Capítulo XI: el “corazón” del ajuste y el método del apriete

El famoso Capítulo XI no fue un anexo técnico: fue el núcleo político del conflicto. Allí se concentraron artículos sensibles vinculados a discapacidad, universidades, coparticipación, subsidios energéticos, financiamiento judicial y ampliación de facultades del Ejecutivo, con una estrategia de votación que buscaba “encapsular” todo para evitar fugas de aliados. La oposición lo leyó como “chantaje” y el oficialismo como “orden”.

El resultado fue un traspié que dejó al Gobierno con un Presupuesto que, según su propia narrativa, “no sirve” si no incorpora ciertas derogaciones, porque “genera déficit”. Ese punto es clave: cuando el Ejecutivo plantea que el equilibrio fiscal depende de recortar partidas socialmente explosivas, está diciendo —sin decirlo— que el modelo no tiene amortiguadores y que la gobernabilidad se vuelve rehén de una motosierra cada vez más fina.

La rosca del Senado y el síntoma de un oficialismo sin red

En el Senado, la negociación mostró otro dato: la política no murió; se encareció. Hubo dictamen y estrategia de sanción, pero también límites: Patricia Bullrich no logró reponer el capítulo conflictivo y el proyecto avanzó “tal como salió” de Diputados, con la presión de convertirlo en ley en el recinto.

Eso expone un problema estructural: el Gobierno quiere un “presupuesto de hierro”, pero opera en un Congreso donde la alianza es transaccional y los gobernadores apoyan hasta donde no se incendia su territorio. Y en el NOA, el territorio no se incendia: se enfría. Se apaga por falta de circulante, por derrumbe del consumo y por un Estado nacional que ajusta transferencias mientras pide resultados “como si nada”.

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Federalismo de utilería: provincias con la soga y municipios a la intemperie

El federalismo real se mide en cajas: caja previsional, caja salarial, caja social. Y ahí aparece la advertencia que sintetiza el momento: Alejandra Vigo —en línea con reclamos provinciales— señaló que “los números del Presupuesto están lejos de la realidad” porque no contemplan compromisos como los vinculados a cajas jubilatorias provinciales.

Traducido al NOA y especialmente a Jujuy: cuando Nación recorta o licúa obligaciones, la provincia reacomoda con presión fiscal local (impuestos, tasas, tarifas) y los municipios quedan al final de la cadena, haciendo malabares con servicios básicos y obra mínima. Es el triángulo perfecto del desgaste: Nación ajusta, Provincia cobra, Municipio contiene… hasta que ya no puede.

Importaciones, competitividad y el “industricidio” silencioso

Mientras en el mundo se endurecen barreras para proteger producción (con discusiones arancelarias y reindustrialización), aquí el mercado interno —más chico y más frágil— se expone a un cambio de matriz sin puente. No es debate ideológico: es logística pura. Si se abre la cancha sin crédito productivo, sin inversión, sin amortiguación social, lo que aparece no es “competencia”: es cierre.

Y en el NOA, donde muchas economías regionales ya operan con márgenes finitos, esa dinámica deriva en lo que en la calle se llama simple y brutalmente: bajar la persiana.

El punto político: Milei repite lo que prometió destruir, y el peronismo no ofrece salida

El oficialismo insiste en que todo se ordena con disciplina fiscal. Puede ser. Pero cuando esa disciplina se convierte en un método para empujar recortes socialmente inviables y negociar “a presión” artículos sensibles, se entra en un terreno que el electorado ya castigó muchas veces: la rosca con olor a apriete.

Y del otro lado, el peronismo —agotado, fragmentado y más preocupado por su interna que por rearmar una propuesta económica moderna— tampoco capitaliza el malestar: lo administra en piloto automático. Resultado: la política se devalúa más que la moneda, porque nadie parece capaz de ofrecer un horizonte creíble.

Escenarios próximos: tres líneas de realidad (sin poesía)

  1. Presupuesto aprobado, conflicto abierto: aún con ley, la disputa por partidas sensibles (universidades, discapacidad, federalismo fiscal) seguirá tensionando la calle y el Congreso.
  2. Provincias más endeudadas o más fiscalistas: si Nación retrae, los gobernadores compensan con deuda o presión tributaria local. El NOA lo siente primero.
  3. Municipios al límite: cuando la caja se achica, el municipio queda como “última ventanilla” de la bronca social, sin herramientas reales.
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Esta es la verdad incómoda: no estamos yendo a ningún lado si el Presupuesto es una pulseada moral y no una hoja de ruta productiva. Argentina no necesita un Excel heroico. Necesita una estrategia que conecte equilibrio fiscal con inversión, empleo, consumo y estabilidad institucional. Si no, seguiremos girando en círculo: pagando más, viviendo peor y escuchando, una vez más, que “ahora sí” viene el futuro.

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