Perico Noticias // En un dato que funciona como termómetro social —más allá de cualquier relato—, la morosidad bancaria de los hogares argentinos trepó al 7,8% en octubre, el nivel más alto desde 2010, según el recorte informado en la noticia. El salto expone una presión creciente sobre el cumplimiento de compromisos financieros y confirma que la economía cotidiana dejó de ser una discusión técnica: es supervivencia doméstica.
El deterioro se observa con nitidez por tipo de financiamiento. Los segmentos más comprometidos son los préstamos personales, con una morosidad del 9,6% (casi uno de cada diez casos con incumplimiento), seguidos por tarjetas de crédito con 7,7%. Más atrás aparecen los créditos prendarios (4,8%) y los hipotecarios (1%), reflejando que el impacto golpea con fuerza donde la familia resuelve el mes: consumo, alimentos, transporte, escuela, medicamentos.
La irregularidad no se limita a los hogares: el mismo recorte señala que la morosidad también subió en empresas, del 0,7% al 1,9% en el último año, una señal de alarma para la cadena de pagos. En paralelo, un relevamiento citado de Focus Market agrega un dato revelador: el 29% de los consultados usaría el aguinaldo de diciembre para pagar deudas, cuando un año atrás lo hacía el 13%. Dicho de otro modo: el aguinaldo ya no es “fiesta”, es refinanciación emocional.
Cuando la deuda reemplaza al sueldo: el récord de morosidad es el parte médico de una Argentina exhausta
La morosidad no es un número frío: es una radiografía del país real. Cuando la mora familiar se dispara, lo que se rompe no es solo una cuota: se rompe la previsibilidad, el concepto básico que sostiene cualquier proyecto de vida. Una familia que entra en mora no “eligió mal”: fue empujada a un borde donde el ingreso no alcanza, el crédito se vuelve caro y el costo de vivir sube aunque la economía “en los papeles” prometa otra cosa.
Este récord describe un fenómeno más profundo: la deuda está sustituyendo al salario como herramienta de administración del mes. Primero fue la tarjeta para cubrir lo esencial; después, el préstamo personal para tapar agujeros; finalmente, la refinanciación para no caer en default doméstico. La política económica puede discutir indicadores, pero el hogar discute otra cosa: si se paga la luz o se compra carne; si se compra útiles o se sostiene el transporte.
Y el dato del aguinaldo es el símbolo perfecto del derrumbe: en lugar de empujar consumo y comercio, aparece como colchón defensivo para apagar incendios. Si el aguinaldo se usa para deudas, el mercado interno pierde oxígeno; si el mercado interno se apaga, las pymes entran en estrés; y cuando la mora empresarial sube, se activa el efecto dominó: proveedores, empleo, recaudación y servicios municipales. Es decir: la morosidad no es el final de un problema, es el inicio de una secuencia.
La trampa es conocida: con tasas altas y liquidez baja, el sistema premia al que aguanta y castiga al que produce o consume. La economía se vuelve una pista resbaladiza donde la clase trabajadora y el pequeño comerciante compiten en desventaja. Y cuando el crédito se vuelve una soga, la mora no es “falta de cultura financiera”: es imposibilidad matemática.
Argentina necesita una discusión adulta: si el modelo requiere que millones no lleguen a fin de mes para “ordenar” variables macro, ese orden no es estabilidad: es anestesia social. El récord de morosidad es el parte médico: la economía puede estar “quieta”, pero la sociedad está en fatiga extrema. Y cuando el cansancio se vuelve norma, el riesgo deja de ser financiero: pasa a ser político y social.
