El Pueblo o el Mercado: El Congreso en la Encrucijada de la Nación

El Pueblo o el Mercado: El Congreso en la Encrucijada de la Nación

Hoy, el Senado define no solo el Presupuesto 2026 y la Inocencia Fiscal. Define algo más profundo: a quién representa verdaderamente el Congreso. El mercado, con su miopía característica, solo quiere saber si el Presidente tiene control sobre la cámara. Reduce la democracia a una simple ecuación de disciplina partidaria. Pero el pueblo necesita saber algo más esencial: ¿el Congreso es el pueblo? O se ha convertido en una mera cámara de registro de deseos del Poder Ejecutivo.

El presupuesto presentado es la prueba de fuego. Debería ser el documento donde una nación se proyecta, donde todos sus habitantes estén contemplados. Sin embargo, su discusión ha estado teñida por la lógica del ajuste extremo. Aunque se haya eliminado el polémico Capítulo XI, la pregunta persiste: ¿es esta una ley de descarte de parte de la sociedad? La estructura misma de recortes profundos en áreas vitales como educación, ciencia, obra pública y desarrollo regional sugiere que sí. Se legisla para el equilibrio fiscal abstracto, no para la gente concreta.

La presión es monumental. Desde la City y los organismos internacionales se exige “señales claras” de control político. Se celebra la “gobernabilidad” cuando se obtienen los votos, sin importar el costo social del paquete que se aprueba. El riesgo es que el Congreso, en su afán por dar esa señal al mercado, traicione su esencia representativa. Que el “éxito” legislativo se mida en votos a favor, y no en cuántas familias son protegidas del desamparo.

La Ley de Inocencia Fiscal, hermana siamés de este presupuesto, es la otra cara de la misma moneda. Mientras se ajusta hasta el hueso el gasto social, se ofrece un perdón amplio a deudores fiscales. Es un mensaje letal sobre las prioridades del poder: condonación para unos, austeridad forzosa para la mayoría. El mensaje que llega a la calle es que hay una justicia para los que tienen y otra, mucho más dura, para el resto.

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Hoy, cada senador no vota solo un conjunto de artículos. Vota para definir si su mandato responde al temblor de las cotizaciones o al temblor de la mano de un padre que no llega a fin de mes. Si su lealtad es con el índice Merval o con el índice de pobreza que no deja de crecer. El pueblo observa si sus representantes negocian para atenuar el golpe o si simplemente levantan la mano para rubricar un modelo de exclusión.

El verdadero control del Congreso no debe medirse por la sumisión al Ejecutivo, sino por su capacidad de escuchar el clamor social e introducir modificaciones que humanicen el ajuste. Un Congreso que es “pueblo” sería aquel que, incluso aprobando una ley necesaria, la moldea para que no sea un instrumento de crueldad masiva. Uno que entienda que sin legitimidad social, la estabilidad económica es un castillo de naipes.

Si hoy el Senado aprueba estos proyectos sin cambios sustantivos que contemplen a los sectores más golpeados, habrá dado una señal clara. Pero no será la señal que el mercado espera. Será la señal de que el Congreso renunció a ser el pueblo para convertirse en la firma de goma de un experimento económico que parte a la sociedad en dos: los contemplados y los descartados.

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