Aquella mañana de noviembre, cuando el rocío apenas se había disuelto sobre los cerros que abrazan a Perico, Rudy Osvaldo Bandi dejó su hogar con la misma camisa raída que llevaba a los actos de la unidad básica. No había tiempo para lujos, pero sí para sueños. En el aire flotaba un rumor que electrizaba las calles y las chacras: el General volvía. Y Rudy, un joven que había dado su adolescencia al Partido Justicialista, sería parte de la comisión que partiría a España para traer de regreso a Juan Domingo Perón, el líder exiliado, el alma proscripta que llevaba 17 años esperando pisar suelo argentino.
Aquél no sería el primer viaje de Rudy a Puerta de Hierro. Durante los años más oscuros de la resistencia, había cruzado el Atlántico varias veces como emisario silencioso de las esperanzas del pueblo peronista. Era un puente entre los sueños de los trabajadores argentinos y la estrategia del General, quien desde su exilio en Madrid moldeaba el movimiento que sería la respuesta al clamor de las masas. Rudy encarnaba la resistencia, esa que, con audacia y convicción, nunca dejó de creer que Perón volvería.
Pero esta última expedición tenía un sabor especial. Era un viaje glorioso, el cierre de un capítulo épico. La misión no era ya de diálogo o planificación, sino de concreción: traer al hombre que impregnó a la Argentina con la justicia social como parte del ser nacional.
De Perico a Puerta de Hierro: la gesta de la militancia
Cuentan los que estuvieron allí que cuando Rudy vio al General, sus ojos brillaron como los de un niño frente a un gigante. Perón, ya anciano pero imponente, los recibió con ese gesto de estadista que era a la vez un abrazo y una orden. “Volvemos para que las masas sean dueñas de su destino”, les dijo. Rudy escuchó cada palabra como si se tratara de un mandamiento. Llevaba en el corazón los nombres de cientos de compañeros que quedaron en Perico, en las plantaciones de vid, de tabaco y en los campos de azúcar, esperando que su misión transformara el destino del país.
La comisión argentina partió de Roma hacia Ezeiza en un avión que llevaba en sus alas la esperanza de millones. Mientras tanto, en cada rincón de Argentina, desde las villas miseria hasta los barrios obreros, los trabajadores se preparaban para recibir al General. Rudy, sentado junto a la ventana del avión, recordaba las noches en que dormía sobre un catre improvisado en la unidad básica, redactando volantes y organizando reuniones clandestinas. Ahora, toda esa entrega se veía recompensada.
Ezeiza: la consagración de la militancia
El 17 de noviembre de 1972, el avión aterrizó en Ezeiza, y con él, la historia misma. Rudy pisó tierra firme detrás de Perón, sintiendo que caminaba en la línea tenue entre lo humano y lo divino. Al bajar, el estruendo de las masas era ensordecedor: “¡Perón vuelve! ¡Perón vuelve!” Coreaban los trabajadores, los estudiantes, los humildes, los olvidados. Rudy no podía contener las lágrimas. Era la victoria de la militancia, esa que construye utopías a golpe de sueños y sacrificios.
Desde Perico, la noticia corrió como pólvora. En cada casa, en cada taller, se celebraba el retorno del líder como un acto de redención colectiva. Rudy, ahora convertido en símbolo, llevó a su pueblo la enseñanza más grande que aprendió en esos días: que la militancia es el motor de la historia, que los sueños no mueren cuando se lucha por ellos.
El legado de Rudy Osvaldo Bandi y los valores peronistas hoy
Hoy, en un mundo donde las batallas se libran entre la apertura indiscriminada y el proteccionismo estratégico, los valores de aquella juventud militante resuenan con más fuerza que nunca. En la Argentina actual, liderazgos comprometidos con la proliferación industrial y la defensa del trabajo nacional reivindican esa lucha. Así como Rudy luchó por el ascenso de las masas, hoy hay jóvenes que militan en defensa de la soberanía económica, el trabajo digno y la justicia social.
Rudy Osvaldo Bandi no solo fue testigo de la historia; fue protagonista y ejemplo de que la militancia, cuando se ejerce con pasión y convicción, es capaz de transformar la realidad. Su travesía a Puerta de Hierro, su caminar junto a Perón y su regreso triunfal son un recordatorio eterno de que el pueblo organizado puede convertir la utopía en destino.
Una gesta que trasciende generaciones
En cada 17 de noviembre, día de la Militancia, el eco de Rudy y de tantos otros jóvenes que dieron todo por un país mejor resuena en las calles y en las plazas. La lucha por la justicia social no ha terminado, pero su legado nos recuerda que el camino, aunque arduo, siempre vale la pena. Porque como enseñó Perón y como vivió Rudy, “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.