Redacción Perico Noticias // La contundente votación en el Senado que culminó con la expulsión del senador entrerriano Edgardo Kueider, detenido en Paraguay con 200 mil dólares sin declarar, dejó expuestas las grietas y contradicciones de una clase política bajo el escrutinio implacable del electorado. Con 61 votos a favor y solo 5 en contra, el cuerpo legislativo envió un mensaje claro: la corrupción ya no tiene lugar en las instituciones. Sin embargo, el episodio dejó al PRO reprobado en la materia, evidenciando su incapacidad para adaptarse al nuevo clima político impuesto por el liderazgo libertario.
Libertarios y kirchnerismo: una alianza inesperada contra la corrupción
En una maniobra inesperada, los libertarios de Javier Milei votaron junto al kirchnerismo para expulsar a Kueider. Esta decisión refleja no solo el compromiso del nuevo oficialismo con la promesa de «desinfectar» las instituciones, sino también su capacidad para tomar la iniciativa en un contexto donde los partidos tradicionales titubean. La imagen de Milei y su espacio tomando la delantera en temas sensibles marca un cambio de paradigma que el electorado parece avalar, mientras otros sectores políticos quedan atrapados en la inercia.
El PRO, entre la tibieza y el cálculo político
El papel del PRO en esta sesión fue decepcionante. En lugar de alinearse con la postura que reclama una ciudadanía cansada de la corrupción, el partido emitió un comunicado de último momento solicitando la suspensión sin goce de sueldo de Kueider, evitando así su expulsión. Esta posición no solo fue vista como insuficiente, sino como un intento de proteger a uno de los suyos en un sistema donde la complicidad parece ser la regla.
El intento desesperado del PRO por suavizar la medida dejó al descubierto sus propias miserias: un partido que, lejos de liderar la lucha contra la corrupción, se mostró dubitativo y más preocupado por las implicancias de sentar un precedente que podría arrastrar a otros legisladores cuestionados.
La mirada del electorado: tolerancia cero con la impunidad
La contundencia de la votación y el alineamiento de los libertarios con el kirchnerismo en este tema reflejan un cambio en la sensibilidad del electorado. El mensaje es claro: la ciudadanía exige acciones concretas contra la corrupción y no está dispuesta a tolerar tibiezas ni excusas. La conducta del PRO en este caso podría interpretarse como un signo de desconexión con este nuevo escenario, lo que podría costarle caro en términos de legitimidad y apoyo popular.
El liderazgo libertario: “el que las hace, las paga”
Este episodio refuerza la narrativa de Javier Milei sobre la necesidad de una «desinfección institucional». Los libertarios han sabido capitalizar el descontento ciudadano y posicionarse como los impulsores de un cambio radical en las instituciones, enfrentando la corrupción de manera directa. Su voto a favor de la expulsión de Kueider no solo refuerza su discurso, sino que también les otorga una ventaja moral frente a los partidos tradicionales.
¿El principio de un efecto cascada?
La expulsión de Kueider sienta un precedente que podría tener repercusiones más amplias. Si bien el PRO intentó frenar la medida para evitar que otros legisladores cuestionados sean arrastrados en una cadena de desafueros y expulsiones, la decisión del Senado podría ser el inicio de un efecto cascada. Bajo el liderazgo de Milei, la promesa de que “el que las hace, las paga” está comenzando a tomar forma en el ámbito legislativo.
Un país que exige limpieza
El caso de Kueider expone la transformación que atraviesa la política argentina. La ciudadanía demanda un país donde las instituciones sean transparentes y los responsables de actos ilícitos rindan cuentas. En este contexto, el PRO ha quedado rezagado, atrapado entre sus cálculos políticos y la presión de un electorado que ya no tolera la impunidad.
Los libertarios, en cambio, se perfilan como el espacio que encarna esta nueva sensibilidad, liderando una agenda que podría redefinir las reglas del juego político. La expulsión de Kueider es solo el comienzo de un proceso más amplio, en el que la política argentina tendrá que adaptarse o arriesgarse a quedar irrelevante en un país que reclama un futuro diferente.