Redacción Perico Noticias //El Senado argentino protagonizó un episodio que dejó huellas en la política nacional: la expulsión del senador Edgardo Kueider, aliado de los libertarios, tras su detención en Paraguay con 200 mil dólares sin declarar. Aunque el oficialismo liderado por Javier Milei intentó protegerlo inicialmente, la presión social y una lectura precisa del clima político por parte de Cristina Fernández de Kirchner llevaron a una votación contundente, marcando una derrota humillante para los libertarios. Con 61 votos a favor de la expulsión y solo 5 en contra, quedó claro que en la Argentina de hoy no hay espacio para tolerar la corrupción, ni siquiera entre quienes se presentan como renovadores del sistema.
El electorado como juez implacable
La temperatura social en Argentina ha cambiado radicalmente. La ciudadanía, empoderada por la tecnología y con acceso a un flujo constante de información, observa cada movimiento político con una lupa de millones de ojos. En este contexto, el electorado ya no distingue entre «casta» y «anticasta»: la corrupción, venga de donde venga, no será tolerada.
El intento de Milei y su espacio de salvar a Kueider fue percibido como una traición a los principios que ellos mismos promueven. La maniobra, que incluyó intentos de suspensión en lugar de expulsión, quedó expuesta ante un público que exige transparencia absoluta. En un giro de ironía política, fue Cristina Kirchner quien tomó la delantera, leyendo mejor que nadie el momento histórico y posicionándose como la impulsora de la expulsión, dejando a los libertarios y al PRO en una posición incómoda.
Milei y la lección del músculo social
La derrota de Milei no solo se dio en el recinto legislativo, sino también en el terreno simbólico. Su estrategia de proteger a Kueider, un aliado político, mostró las limitaciones del discurso libertario cuando se enfrenta a la realidad de gobernar. Los libertarios, acostumbrados a construir su narrativa sobre la base de memes y consignas disruptivas, descubrieron que el músculo social del electorado puede ser mucho más poderoso que sus promesas de cambio.
El electorado ya no solo vota; también exige, vigila y condena. La sociedad argentina se ha transformado en un juez implacable, y en este nuevo escenario, no hay margen para errores éticos. La frase de Milei, «el que las hace, las paga», ahora también lo incluye a él y a su espacio político.
Cristina Kirchner, la jugadora estratégica
En este juego de poder, Cristina Kirchner demostró su capacidad para leer el tablero político. Al liderar la expulsión de Kueider, no solo capitalizó el rechazo social a la corrupción, sino que también logró exponer las contradicciones de los libertarios. Su estrategia dejó en claro que, en este momento de transición política, no hay espacio para maniobras que protejan a los «impresentables».
Además, Cristina aprovechó la debilidad de Milei para dividir a sus aliados, en particular al PRO, que quedó atrapado entre su discurso anticorrupción y la necesidad de preservar la estabilidad política. La fractura en la alianza entre libertarios, macristas y radicales es otro de los logros que la ex presidenta sumó a su estrategia.
Un electorado en movimiento constante
Lo más relevante de este episodio no es solo la derrota de Milei, sino lo que representa para la política argentina en general. La dinámica entre el electorado y los representantes ha cambiado profundamente. La sociedad argentina, impulsada por la tecnología y la hiperconectividad, ha adoptado una postura antisistema, anticasta y anticorrupción que no permite indulgencias ni excepciones.
Este nuevo clima político obliga a todos los actores a repensar sus estrategias. Los giros y contragiros del electorado pueden redefinir alianzas, destituir liderazgos y premiar a quienes actúen con coherencia y transparencia. La política argentina ha entrado en una etapa donde ya no hay refugios para la corrupción, y cualquier intento de protegerla será castigado.
Un mensaje claro para el futuro
La expulsión de Kueider y la derrota de Milei en el Senado son un hito en la política argentina. En un país donde las reglas del juego están cambiando, la lección es clara: no hay margen para tolerar la corrupción, sin importar quién la cometa. Los libertarios, que se presentan como los heraldos de un cambio radical, han descubierto que deben aplicar a sí mismos los mismos estándares que exigen a otros.
De ahora en más, la política nacional estará marcada por una sociedad que exige un nivel ético sin precedentes. En este nuevo contexto, la frase «el que las hace, las paga» ya no es solo un slogan: es una realidad que, como el electorado, no perdona.