Redacción Perico Noticias // Jujuy está al rojo vivo. La decisión de la Unión Cívica Radical (UCR) de adelantar las elecciones al 11 de mayo ha terminado de encender un escenario político volcánico, caótico y sin un horizonte claro. Lo que parece una estrategia de supervivencia del oficialismo, en realidad es un tiro en el pie para una estructura desgastada, que intenta sostenerse en un contexto de desmoronamiento político y social.
El responsable de esta jugada es Gerardo Morales, quien sigue tirando de los hilos del poder como un titiritero en la sombra, mientras expone a Carlos Sadir a una derrota casi anunciada. El gobernador actual, obediente y leal, ha sido enviado a inmolarse, a dar la cara por un gobierno que ya no enamora, ya no convence y ya no tiene más excusas para sostener su hegemonía.
Un tablero sin piezas fuertes: la hiperatomización que favorece al oficialismo
Si el adelantamiento electoral fue pensado como un golpe estratégico del radicalismo, su éxito dependerá de la incapacidad de la oposición para organizarse. Y todo indica que esa incapacidad es real y alarmante.
En Jujuy, nadie ganará sin un frente amplio. Ni la oposición ni el oficialismo pueden imponerse sin alianzas que les permitan soportar el vendaval del voto castigo. La hiperatomización de la oposición solo garantizará que el radicalismo siga dominando la provincia, incluso en su peor momento.
El Partido Justicialista (PJ), aunque disperso, cuenta con dirigentes experimentados y con estructura política y territorial. Sin embargo, la gente los sigue viendo como parte de la casta, como socios históricos del radicalismo en el reparto de poder y negocios. La pregunta es si podrán superar ese estigma o si seguirán siendo funcionales al mismo sistema que dicen combatir.
Por otro lado, La Libertad Avanza (LLA), que en teoría debería encarnar el cambio, enfrenta un problema crucial: no tiene candidatos de fuste en Jujuy. Después de un año de oportunidades para construir bases militantes, el espacio libertario sigue sin territorialidad real. No tiene un liderazgo claro, no tiene figuras con peso electoral, y corre el riesgo de quedar en la periferia del debate político.
La izquierda, siempre crítica del sistema, también enfrenta su propia crisis interna. Sus bases se preguntan si realmente son la voz del pueblo o si su fragmentación constante las convierte en un actor secundario incapaz de representar una verdadera alternativa popular.
Mientras tanto, el radicalismo apuesta a la misma estrategia de siempre: reciclar a los mismos dirigentes, a la misma casta, a los mismos nombres que llevan décadas repartiéndose el poder. No hay renovación, no hay aire fresco, solo una maquinaria desgastada que espera resistir con el aparato del Estado y la fragmentación opositora.
¿Puede Sadir revertir su destino?
El rol de Carlos Sadir en este escenario es tan incómodo como inevitable. El radicalismo lo ha convertido en el rostro visible de una gestión que ya no genera entusiasmo, obligándolo a exponerse en todos los ámbitos para sostener una estructura que cruje bajo el peso del hartazgo social.
Sadir tiene un porte humilde, un perfil bajo y una imagen menos confrontativa que su predecesor. Pero la pregunta es si eso le alcanzará para convencer a un electorado que está pidiendo sangre nueva y rupturas reales.
El problema de fondo es que la crisis política del radicalismo no es solo de imagen, sino de gestión. Jujuy se encuentra sumida en una crisis económica y social profunda, con indicadores de pobreza crecientes, con los jóvenes emigrando en busca de oportunidades y con un modelo productivo que sigue sin ofrecer respuestas concretas para el desarrollo real de la provincia.
En este contexto, Sadir parece haber sido enviado a la hoguera, con una misión imposible: revertir la imagen de un gobierno que ya no tiene margen para más promesas vacías.
¿Hay espacio para un cisne negro?
La gran incógnita es si en este escenario puede emerger un actor inesperado que rompa con la lógica tradicional de la política jujeña.
El radicalismo y el peronismo han sido socios estratégicos en el reparto del poder y los negocios durante años. Si LLA no logra consolidar un candidato fuerte y si la izquierda sigue atrapada en sus propias discusiones internas, el camino para una sorpresa electoral sigue abierto.
La pregunta que queda en el aire es: ¿quién será capaz de interpretar el verdadero hartazgo de la sociedad jujeña? Porque si algo queda claro es que la paciencia del electorado está agotada.
En Jujuy, el cambio no se trata solo de un cambio de nombres, sino de romper con un sistema que ha transformado a la provincia en un feudo político, donde los mismos actores juegan las mismas cartas desde hace décadas.
Si la oposición no logra articular una alternativa fuerte, creíble y con un mensaje claro de transformación real, el radicalismo seguirá gobernando, incluso con una gestión desgastada y sin respuestas.