El presidente Javier Milei volvió a esquivar el caso Libra, esta vez desde los estudios de La Nación+, en una entrevista con Luis Majul donde, lejos de esclarecer su rol en la fallida criptomoneda, optó por su estrategia habitual: desviar la atención, victimizarse y polarizar el debate. Sin embargo, la realidad judicial es contundente: no puede desvincularse de un negocio del que fue promotor y garante.
Desde un enfoque jurídico, Milei no es un simple espectador ni un usuario más de $LIBRA, sino que actuó como partícipe necesario, un concepto del derecho penal que define a quien, sin ejecutar materialmente el delito, facilita su concreción y resulta indispensable para su éxito. Su imagen, su credibilidad y sus mensajes en redes sirvieron como garantía de confianza para que miles de inversores ingresaran al esquema. Su defensa, basada en que “nadie puso una pistola en la cabeza de los inversores”, es jurídicamente irrelevante: en toda estafa, la clave es la generación de confianza mediante un ardid. Y su figura presidencial fue el ardid perfecto.
¿Un problema de terceros? Eludir la responsabilidad no es opción
En la entrevista, Milei intentó minimizar su rol, insistiendo en que se trata de un “problema de terceros con terceros” y que no tiene relación con la operatoria. Esta afirmación es insostenible. Desde el derecho penal económico, la promoción activa de una inversión fraudulenta configura defraudación, y el hecho de no haber recibido un beneficio directo no lo exime de la imputabilidad. En términos simples: si alguien recomienda abiertamente un activo financiero sin verificar su legalidad, está incurriendo en un acto que puede ser sancionado penalmente.
A esto se suma un problema de transparencia institucional. Mientras el escándalo crece a nivel internacional y el periodismo global perfora el casco libertario, en Argentina la justicia avanza a un ritmo sospechosamente lento, y la negativa del Senado a formar una comisión investigadora solo refuerza la opacidad. En otras palabras, la falta de respuestas judiciales no limpia a Milei, sino que lo hunde más en el caso.
Del ataque a Cristina al vacío de respuestas
En lugar de explicar su rol en el escándalo, Milei eligió la confrontación política y atacó a Cristina Fernández de Kirchner, quien lo había calificado de “estafador serial”. Con su estilo característico, el presidente respondió: “La que está dos veces condenada es ella”, en referencia a los casos Hotesur y Los Sauces. Si bien es cierto que la expresidenta enfrenta causas judiciales, esto no exonera a Milei del caso Libra. En términos jurídicos, el principio de responsabilidad penal es individual: no se trata de quién tiene más causas abiertas, sino de quién cometió qué delitos y en qué circunstancias.
Más aún, su declaración es una maniobra política y no una estrategia legal. Un acusado que responde con ataques y no con pruebas suele terminar más comprometido. Al decir que espera que la justicia actúe, pero al mismo tiempo bloquear investigaciones legislativas, Milei está enviando un mensaje contradictorio.
El relato presidencial: humo y más humo
En su entrevista, Milei intentó explicar la supuesta finalidad de la criptomoneda, pero el problema es que ese proyecto nunca existió en el mundo real. No hay documentos que avalen un desarrollo técnico ni respaldo legal para la iniciativa. Es decir, se trató de una simple maniobra de especulación, sin bases sólidas ni estructura tangible.
Esto lo coloca en una posición frágil. Su electorado puede aceptar ajustes, privatizaciones o incluso la demolición del Estado, pero no perdona la mentira y la manipulación. El caso Libra es un tema difícil de minimizar porque golpea el corazón de su relato: la honestidad, la transparencia y la lucha contra los estafadores del Estado. ¿Cómo puede ser creíble un presidente que se presenta como “el salvador contra la casta”, pero que termina operando como promotor de un esquema fraudulento?
Una cortina de humo: la intervención de Buenos Aires
A la crisis política por Libra, Milei le sumó una nueva jugada disruptiva: su amenaza de intervención a la provincia de Buenos Aires. En un tuit explosivo, el presidente le pidió directamente a Axel Kicillof que renuncie y le ceda el control del territorio: “Déjenos intervenir la Provincia”. No conforme con eso, redobló la apuesta y lo acusó de ser parte del problema, sugiriendo que su gestión es la responsable del supuesto “baño de sangre” en el conurbano bonaerense.
Con este movimiento, Milei intentó mostrar su capacidad de resolver problemas “imposibles” en tiempo récord, otorgándose facultades que ni la Constitución ni el marco legal le conceden. Sin embargo, la amenaza de intervención nunca fue descartada y su insistencia en la inutilidad de Kicillof pareciera más una jugada de distracción que un plan de acción concreto.
La pregunta es evidente: ¿cuál es la urgencia para buscar una sobreexposición tan fuerte en menos de 24 horas? ¿Es el caso Libra lo que realmente lo está astillando? Las sospechas crecen: ¿el desembolso del FMI puede quedar suspendido? ¿El FBI está más cerca de lo que parece? ¿La justicia argentina avanzará finalmente? ¿El Senado romperá su silencio o continuará su inoperancia para evitar la pulverización del gobierno? ¿Y el ciudadano argentino, logrará entender que Milei es, en esencia, un estafador?
La justicia, la última carta en juego
Milei puede intentar blindarse con el discurso político y la polarización, pero el destino del caso Libra está en los tribunales. El problema para él es que el silencio judicial no significa impunidad: la causa sigue abierta y su evolución dependerá de si la presión mediática y social logra acelerar el proceso.
Hoy, el presidente sigue jugando a la tribuna, eludiendo responsabilidades y refugiándose en la grieta. Sin embargo, en el mundo real, su estrategia tiene límites. No podrá escaparse del caso con una cadena de tuits o una entrevista con Majul. El problema no es de «terceros con terceros», sino de él con la justicia.