La política jujeña es un pantano de traiciones, oportunismo y una brutal desconexión con la realidad. Mientras la provincia se encamina a las elecciones legislativas del 11 de mayo de 2025, el oficialismo, conducido con puño de hierro por Gerardo Morales, sigue manejando los hilos con la impunidad de quien se sabe dueño del tablero. Carlos Sadir, gobernador anodino y meramente testimonial, junto con el eterno intendente “Chuli” Jorge, operan como marionetas de un esquema de poder que solo busca perpetuarse. Y lo peor: les está saliendo bien.
En una jugada quirúrgica, el radicalismo logró su cometido: hacer estallar al peronismo en mil pedazos. La histórica fuerza opositora hoy es un espectro dividido en tres facciones irreconciliables. El PJ tradicional, contaminado por la sombra del kirchnerismo, arrastra el lastre de su peor liderazgo: Rubén Rivarola, el empresario que controla el bloque legislativo como un negocio personal, y Leila Chaher, víctima de su propio oportunismo y del abrazo mortal de Cristina Fernández. Luego está Carolina Moisés, la eterna promesa incumplida, que intenta liderar un espacio sin más sustento que su apellido. Y por último, el Frente Amplio, un proyecto que busca renovar al peronismo pero que tiene la titánica tarea de convencer a un electorado hastiado y desconfiado.
En este escenario de dispersión, La Libertad Avanza se convierte en la única opción con inercia real. La atomización de las listas opositoras deja el terreno fértil para que los libertarios cosechen votos sin hacer nada. La trampa del oficialismo es evidente: con un sistema electoral hecho a medida y un piso de representación del 5%, la fragmentación favorece a la estructura que ya está en el poder. Y como en 2023, el enojo contra la “casta jujeña” podría volver a traducirse en votos para Milei.
Pero no todo es tan sencillo. El libertarismo local es un fantasma político. No tiene voces, no tiene líderes, no tiene presencia en la agenda jujeña. Mientras en Buenos Aires Milei vocifera contra la casta, en Jujuy su propio partido es tibio y complaciente con el poder de Morales. Nadie denuncia los tarifazos, la corrupción estructural ni el avasallamiento institucional que significó la reforma constitucional del año 2023. Nadie le pone el cuerpo a las problemáticas locales. Y en este vacío absoluto de representatividad, la única certeza es el hartazgo del pueblo jujeño.
La pobreza planificada y la mentira del superávit
En esta tierra donde se reprimen las protestas y se mutila la Constitución a medida de los poderosos, el relato del gobierno se sostiene en una mentira contable: el famoso superávit fiscal. Morales y Sadir han vendido la ilusión de una provincia con las cuentas ordenadas, pero los números reales son una afrenta a la inteligencia. El superávit real es de 278.000 millones de pesos, un dato que la izquierda no tardó en denunciar, exigiendo que ese dinero se utilice para recomponer los salarios del sector público. Ante la presión política y social, el secretario de Hacienda salió a instalar un relato falaz, reduciendo la cifra a 7.000 millones, como si se tratara de un simple error contable.
Pero más allá de la manipulación de los números, la verdadera pregunta es: ¿de qué sirve un superávit en una provincia devastada por la pobreza? Jujuy lidera los índices de indigencia en el NOA, el empleo privado es una utopía y la inflación destruye los pocos ingresos que quedan. Si el Estado tiene plata, ¿por qué no se invierte en infraestructura, desarrollo o asistencia real a los sectores más golpeados? La respuesta es brutalmente simple: porque la pobreza en Jujuy es planificada. Es funcional a un esquema de poder donde unos pocos controlan todo y la miseria del pueblo se utiliza como herramienta de control social.
Y lo que es aún peor, ese superávit no proviene de una gestión eficiente, sino del ahogo financiero de los ciudadanos. El Estado jujeño recauda a través de tarifazos constantes, exprimiendo a los usuarios con servicios esenciales convertidos en un negocio propio. La administración radical es dueña de parte de EJESA, de JEMSE y de Aguas Jujuy, lo que le permite aumentar las tarifas de electricidad y agua sin oposición alguna. Cada factura que llega con montos impagables es un ladrillo más en la montaña de dinero que la provincia acumula mientras los jujeños se hunden en la miseria.
Plata sobra, como sobran pobres. En Jujuy, donde la canasta básica ya supera 1.085.000 pesos, el ajuste no es contra la casta, sino contra la gente.
La gran paradoja: la oposición se licúa, pero la bronca crece
Si hay algo que unifica a la sociedad jujeña es el rechazo absoluto a la casta política. Pero esa bronca aún no tiene un canal claro de expresión electoral. El peronismo está fracturado y deslegitimado, la izquierda también sufre divisiones internas y La Libertad Avanza avanza solo porque el resto se cae a pedazos. En este caos, el que logre representar con mayor claridad el sentimiento anti-Gerardo Morales podría dar el batacazo.
El gran dilema es que la oposición sigue jugando el juego que el oficialismo le impone. Mientras los radicales despliegan casi una decena de frentes señuelo para confundir al electorado, los espacios opositores se anulan entre sí en la carrera por superar el piso electoral. La izquierda, fragmentada en múltiples sellos, está atrapada en su eterna lucha interna. Y el peronismo no logra superar el lastre de sus propios líderes desgastados.
En las calles, sin embargo, la sensación de estafa es cada vez más palpable. La inflación del 2,4% de febrero es un número frío que no refleja la realidad. El pan, la carne y las tarifas subieron más de un 15% en los barrios de Jujuy. Mientras el gobierno festeja cifras macroeconómicas, la gente se pregunta si todo este sacrificio valió la pena. Y si la respuesta es no, el apoyo libertario podría empezar a tambalear.
Un 2025 impredecible: ¿seguirá ganando el engaño?
A dos meses de las elecciones, el panorama en Jujuy es un muestrario de cinismo político. El radicalismo sigue manejando los hilos con su habitual ingeniería electoral, el peronismo está atrapado en su laberinto de egos y traiciones, la izquierda se debate entre el pragmatismo y la pureza ideológica, y el libertarismo no sabe qué hacer con el capital político que le dejó Milei en 2023.
Pero si algo es seguro es que la bronca está latente. En una provincia donde la Constitución se modificó a la fuerza, donde la policía reprime con ferocidad y donde la pobreza es administrada como una herramienta de poder, el descontento es un volcán en erupción. La pregunta es quién será capaz de canalizarlo antes de que el hartazgo se transforme en desesperanza.
El 11 de mayo, Jujuy votará. Y, como siempre, el sistema intentará que nada cambie. Pero en una provincia donde la gente se siente víctima de un Estado que la aplasta, la indignación podría volverse el factor más impredecible de todos.